sábado, 21 de marzo de 2015

La mar de músicas en la perdurable obra de José Barros

El Ministerio de Cultura ha declarado 2015 como el Año José Barros, al cumplirse 100 años del natalicio del fecundo y polifacético compositor colombiano. Foto: Prensa MinCultura
Ricardo Rondón Ch.

Que son las canoas sino los árboles cansados de estar quietos (William Ospina)

Con sólo quinto año de primaria por problemas de orfandad y premuras económicas, José Benito Barros Palomino, el gran letrista y cantor del folclor colombiano, de quien se celebran por estas fechas cien años de su natalicio, pudo haber ocupado con sólidos argumentos una honrosa silla en la Academia Colombia de la Lengua.

Su belleza estilística, su atento y cuidadoso empleo del lenguaje y la rumorosa musicalidad de sus versos y rimas, dan cuenta de un hombre nacido para navegar a sus anchas en el río fascinante del idioma, en ese pródigo alfabeto del agua que circunda El Banco, municipio que lo vio nacer el 21 de marzo de 2015, bañado por el Magdalena, columna vertebral de la riqueza fluvial colombiana.

En cada una de las 800 letras que se calcula, hacen parte de su extraordinaria inspiración, Barros Palomino deja una lección para peritos y curiosos del lenguaje, en la misma proporción que musicólogos, folcloristas y artistas de la talla de Gabriel ‘Rumba’ Romero -el mejor intérprete masculino de la cumbia como género esencial del Caribe, al lado de Mario Gareña-, le han dado lustre y perpetuidad al valioso legado del compositor banqueño. Capítulo aparte y de varias vueltas al orbe, Totó la Momposina.

Basta dar un repaso lingüístico a su entronizada melodía, La Piragua, la más universal de sus creaciones, para captar la filigrana con que está urdida, verso a verso; un delicado y minucioso trabajo artesanal que sintetiza en sólo dos estrofas la fascinante crónica del aventajado comerciante del interior, Guillermo Cubillos, entusiasmado por una embarcación que le hacía más cómodo y rápido el traslado de su mercancía, de “El Banco, viejo puerto, a las playas de amor en Chimichagua”.

Nótese la genialidad del orfebre en las siguientes líneas:

Zapoteando el vendaval se estremecía/ e impasible desafiaba la tormenta,/ y un ejército de estrellas la seguía/ tachonándola de luz y de leyenda.

El gran raposoda de La Piragua, su máxima composición y la cumbia más universal del patrimonio musical colombiano. Foto: Prensa MinCultura
Barros, en esta bella composición -que la cantora bumanguesa María Mulata sugirió como Himno Nacional de Colombia-, deja entrever un vasto y profundo conocimiento de la literatura y la poesía, nutrido en su juventud de clásicos como Fiodor Dostoievski y Alejandro Dumas, de poetas hispanoparlantes como don Juan Ruiz, el Arcipestre de Hita (El Libro del buen amor), y en su errancia novelesca del bajo mundo de Guayaquil, en Medellín, por Barba Jacob y Bernardo Arias Trujillo, entre otros.

Doce bogas con la piel color majagua/ y con ellos el temible Pedro Albundia/, en las noches en los remos le arrancaban/ un melódico rugir de hermosa cumbia.

Está claro que los elegidos del verbo como don José Benito, no necesitan más academia que la propia luz y sabiduría conque llegaron ungidos a trashumar en este mundo.

El remate de La Piragua no puede estar más colmado de añoranzas y muy probablemente de esa saudade heredada de su padre, el portugués Joao María Du Barrios Traveceido. Un verso que evoca el desasosiego de Fernando Pessoa, poeta mayor lusitano, y una certera metáfora del colombiano William Ospina, que en su poema, Las Mesetas del Vaupés, refiere a esa trasmutación del árbol en su afán de ser útil en la movilidad de las aguas: Que son las canoas sino árboles cansados de estar quietos.

Doce sombras ahora viejos ya no reman/ ya no cruje el maderamen en el agua./ Sólo quedan los recuerdos en la arena/ donde yace dormitando la piragua.

Ese ‘maderamen’ que elogió Gabriel García Márquez como uno de los fonemas más bellos de que se tenga cuenta en lengua castellana, cuando puso de ejemplo a José Barros como el probo y legítimo oficiante de la música del litoral Caribe, capaz de hacer de la cumbia la indestronable reina para el mundo entero, tal y como lo hizo saber en su discurso de Premio Nobel en los suntuosos salones de Estocolmo, en 1982.

Postal en sepia de la nostalgia en los años prolíficos y vibrantes de su quehacer musical. Foto: Prensa MinCultura
Prolífico en su escritura del amor, la vida, sus circunstancias, alegrías y frustraciones, ese profuso y constante canto a la mujer que le dictó su corazón de picaflor en todas sus edades, el maestro Barros deja impresa su musa en una abundante cosecha de ritmos, locales y foráneos, patrimonio que le valió el reconocimiento como el más grande y fecundo de los compositores colombianos, un genuino intelectual de la palabra transfigurada en verbo y melodía.

Aró en el porro, el paseo, la tambora, el chandé, el pasillo, el vallenato, el bolero, la cumbia, el cumbión, la danza, la guaracha, el merecumbé, el vals, el garabato, el corrido, la ranchera, el tango, entre una mar de músicas con su particular estilo que hizo las delicias de orquestas y agrupaciones de época como las de Lucho Bermúdez, Pacho Galán, Guillermo Buitrago, Abel Antonio Villa; duetos de resonancia andina entre tiples y guitarras, bandoneones y pianolas de compadritos de cafés en penumbras, y gargantas de mariachis tocadas por la euforia del tequila.

Fue José Barros un rapsoda para todos los climas y ánimos. No acababa de salir de la rancia nostalgia que le produjo escribir el pasillo Pesares (dedicado a su segunda esposa, Amelia Caraballo), cuando saltaba como la liebre al territorio de la fábula entre matarratones para contar la historia de un Gallo Tuerto que dejaba viuda a su gallina en la cocina; o para enrabietarse con la guerra sin par que durante años ha azotado al país, para protestar con esa tonada llamada Violencia (Violencia/ maldita violencia/ porqué no permites que reine la paz, que reine el amor…), que en las voces de Leonor González Mina ‘La Negra Grande de Colombia’ o de Gabriel Romero, le ha hecho crispar el alma a varias generaciones.

Y de ahí al canto de El Minero (vigente en estos tiempos), El pescador, Las pilanderas, El viajero, Juanita la maicera, Momposina, El chupaflor, La pava, Palmira señorial, Juliana la montañera, Caminito de luna, El tucu tucu, los boleros A la orilla del mar, Busco tu recuerdo y Carnaval; el tango apache Cantinero, sirva trago (detonante de varias necrologías por suicidios en el Medellín de proscritos de la fatalidad), entre una interminable lista de páginas sentidas, movidas y para el recuerdo.

El maestro José Barros escribió alrededor de 800 melodías, de una reveladora paleta cromática de aires y ritmos. Foto: Prensa MinCultura  
Dice ‘María Mulata’, una santandereana con piel y corazón de palenquera, que no pudo resistirse en la adolescencia elegir los derroteros de la música, cuando oyó en la radio de su padre Navidad negra. Que inmediatamente la consultó y se aprendió la letra, y que a la fecha no sabe cuántas veces la ha cantado, con un pañuelo rojo amarrado en la cabeza y una vela de cumbiambas izada en su mano derecha por escenarios y festivales del mundo.
Andariego, aventurero y mujeriego hasta la médula, la riqueza musical y filosófica de Barros deriva de un inagotable ejercicio de lecturas desde la edad temprana que afincó su querencia y sabiduría de autodidacta, y también de un espíritu aventurero sin treguas. Varias veces se embarcó de polizón en navieros que cruzaban fronteras, y las mismas veces fue deportado a su tierra.

Pero volvía por sus fueros con la curiosidad y la terquedad del gato: así se placeó por Perú, Ecuador, Venezuela, Chile, Panamá, Brasil y México, con y sin pasaporte, capoteando en cada puerto los temporales del desamparo y la pobreza, en un oficio que en Colombia siempre ha sido subvalorado y mal remunerado, cuando la mayoría de los compositores nuestros han finiquitado sus días entre la precariedad y el abandono. Para citar apenas dos ejemplos: Crescencio Salcedo y Wilson Choperena.

Vivió la vida en pos de su quehacer, la música. Enamoró con serenatas a las mujeres con las que de la noche a la mañana se encaprichaba, varias de ellas trenzando apuestas con sus amigos. Se casó tres veces, la primera, con Tulia Molano, madre de José y Sonia; después con Amelia Caraballo, de cuya unión nacieron Alfredo, Alberto, Abel y Marta; para recalar al final en los brazos de Dora Manzano, con quien tuvo a Katiuska, Veruschka y Boris, nombres inspirados en los personajes de la literatura rusa que acuñó con esmero, y de su obsesión por el gélido y pedregoso socialismo que cubrió hasta la más remota estepa de la entonces Unión Soviética.

En manos de Veruschka -que es su vivo retrato- quedó su legado y las bregas económicas (siempre económicas) para sacar adelante, cada año, el Festival de la Cumbia (que este año, en agosto llega a su XXI versión) que él creo en El Banco, Magdalena.

Veruschka Barros, albacea del legado musical y del Festival de la Cumbia del Banco, Magdalena, que creó su padre, el rapsoda inmortal. Foto: Prensa MinCultura
Estudiosa de su obra y depositaria de una cantidad de historias y anécdotas, algunas inverosímiles, que en noches y amaneceres su padre le contaba desde niña, Veruschka nunca se ha apartado del terruño porque allí nació y se formó, y porque siente latente el espíritu y la energía del supremo compositor, en la casa, en las calles, en el puerto, vestido con camisa de manga corta y siempre de corbata, con ese aire garciamarquiano de telegrafista, con la rectitud y los caprichos que lo acompañaron hasta la senectud, hasta esa mañana brumosa de mayo de 2007 cuando se despidió del terreno mundo para empezar a escribir su leyenda en remotas celestas.

El Ministerio de Cultura por intermedio de su titular de cartera, Mariana Garcés, ha declarado 2015 como el Año José Barros. Habrá fiesta este sábado 21 de marzo en El Banco con Totó La Momposina, Víctor y Viviana Esparragoza, Jorge Enrique y Jorge Mario Castaño, Armando Pisciotti Quintero y Ana Cecilia Almanza, acompañados de la Orquesta de Pacho Galán.

Se hará un homenaje-memoria al maestro, y en lo que resta del año se programarán actividades musicales y dancísticas, conciertos y presentaciones conmemorativas destinadas a reconocer y perdurar el patrimonio de José Benito Barros Palomino, en El Banco y en municipios aledaños, lo mismo que la elaboración, edición e impresión de publicaciones referidas a su vida y obra.

Es que después de un siglo, de su memorable nacimiento, como en su mentada y bailada, Navidad negra, en El Banco “hay rumor de cumbia y olor a aguardiente”.

José Barros, homenaje a los grandes compositores de la música tropical colombiana: http://bit.ly/1xKAhKG
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