viernes, 30 de octubre de 2015

Tunja, de puertas abiertas a la paz y la cultura

Don Hernando Betancur, librero, declamador, trashumante, uno de los símbolos de la Plaza Mayor de Simón Bolívar, en la capital boyacense. Foto: La Pluma & La Herida
Ricardo Rondón Ch.

¿En dónde podríamos compartir un tinto?

La frase flota en el aire fresco de una mañana soleada de octubre, en la Plaza de Bolívar de la capital boyacense, en la esquina de la Calle Real, hace muchos años conocida como La Esquina de la Pulmonía, cuando todavía no hacían mella los embates del calentamiento global y era necesaria la ruana, del cogote hasta las orejas: Venteaba que daba miedo.

Y no es porque uno, recién llegado de otros lares, no encuentre un café a primera vista. Es que hay muchos alrededor del precioso centro histórico de Tunja. Por lo menos veinte, la mayoría instalados en edificaciones de siglos, que resumen cualquier cantidad de pasajes y leyendas del período de la Colonia.
El centro histórico de Tunja, abundante en cafes-tertulia, con el decorado de banderas de naciones invitadas al 43° Festival Internacional de la Cultura. Foto: La Pluma & La Herida
Una urbe abundante en cafés y sitios de tertulia, da cuenta de su memoria y cultura. Sucede en cosmópolis como París, Viena, Buenos Aires, Montevideo, Dublín, Praga, Lisboa, Londres, Bruselas, o esa rancia matrona europea llamada Berlín, donde bulle el intelecto y la calidad de vida en sus cafés, como el Balzac, ícono de Alexanderplatz, en el corazón de la atractiva y moderna capital alemana.

Tunja no se queda atrás. Los cafés por doquier revelan no sólo el buen gusto de los lugareños por la aromática bebida nacional, sino por el vasto conocimiento de su espacio, de sus referentes históricos, del alma y la esencia que identifican la ciudad, y de sus personajes, de todos los linajes y pelambres, que transitan como en un documental en sepia por la Plaza Mayor donde se erige, imponente y lustrosa, bajo un cielo de un azul imposible, la estatua del Libertador.

El emblemático Café Republicano, de puertas abiertas al debate político, cultural y literario de Tunja. Foto: La Pluma & La Herida
Quien quiera apropiarse de oídas de un perfil veraz de la ciudad de Tunja, la de antes, la de hoy, la de siempre, declarada Monumento Nacional en 1959, sólo tiene que recorrer, entre tintos y refrescos, a paso lerdo de visitante, los cafés adyacentes a la Plaza: el Real, por ejemplo, que da nombre a su calle insigne; el antológico Café Republicano, enclavado en una casona con más de 400 años de historia; el Bolívar Plaza, el Café Canela, el Café Pussini, o el Café de los Balcones, bajo el mítico Pasaje Vargas, refugio de poetas, artistas y enamorados.

Si en días ordinarios estos cafés viven al tope, más aún en un certamen de tamañas proporciones como el Festival Internacional de la Cultura, que este año llega a su edición número 43, y al que han sido invitadas delegaciones de más veinte países, algunos de las antípodas como Rusia, Lituania y Serbia. Desde la mesa que ocupo en el Café de los Balcones y mientras abrevo un humeante expresso, diviso en la Plaza Mayor el leve ondear de banderas de las naciones invitadas.

Detalle de la arquitectura estilo republicano del Colegio Boyacá, uno de los más antiguos de Colombia, pionero de la educación pública. Foto: La Pluma & La Herida  
En una mesa continua, un cuarteto de caballeros entrados en años, bastones empuñados, debaten sobre el espinoso tema que hace días ha producido repudio  y tristeza a lo largo y ancho de la campiña boyacense, y en toda Colombia: el vil asesinato a once soldados y un policía en predios del municipio de Güicán, provincia de Gutiérrez (a cuatro horas y media de Tunja, vía carretera), a manos del Ejército de Liberación Nacional: la Paz otra vez herida y mancillada. Uno de los ancianos recalca que el señor gobernador Juan Carlos Granados ha decretado tres días de luto en el departamento.

En otra mesa, un grupo de alegres colegialas rumoran y plantean cuentas sobre la ‘vaca’ que llevan haciendo hace más de un mes para adquirir las boletas del concierto del reguetonero Maluma, figura estelar de la programación musical del Festival, al igual que el español Joan Manuel Serrat, la mexicana Ana Gabriel, y el cantautor ibaguereño Santiago Cruz.

La antigua Barbería Imperial, próxima cumplir 100 años. En la gráfica, don Gonzalo López, su actual propietario. Foto: La Pluma & La Herida
Pago mi expresso a una chica de caderas amplias y rutilante sonrisa. Bajo por las escaleras que conducen a la Plaza y me detengo frente al almacén Samacá, que un buhonero de cigarros y caramelos me ilustra tiene más de sesenta años como depositario de confianza  de la materia prima de sastres y modistas, de generación en generación: hilos, cremalleras, botonería y demás.

En el pasillo de ingreso a la Casa de la Cultura, un joven registra en su cámara fotográfica el afiche que anuncia para el sábado 31 de octubre, a las 3:00 p.m., en el salón Eduardo Caballero Calderón, el recital poético-musical La Paz tiene la Palabra, del bardo y compositor tolimense Fabio Polanco.

El chaval, lente acucioso, obtura una y otra vez. Me asalta la curiosidad su interés. Me extiende su mano fina como una daga de mármol, y se presenta como Sebastián Pacheco, estudiante de Derecho de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. La UPTC, como la nombran los estudiantes, de tantos claustros docentes que redundan en  el prestigio educativo de  la capital boyacense.

La Paz tiene la Palabra, en el verbo y la voz del poeta y compositor tolimense Fabio Polanco, invitado al magno certamen cultural.
Sostiene el universitario que le gusta el diseño del poster, pero también su contenido, un recital por la Paz, para él, enhorabuena en estos días donde, desde el Presidente de la República, hasta el más anónimo de los transeúntes, pregonan de la bendita paz: que sí, que no, que en marzo, que es posible antes del 31 de diciembre; que a tan alto precio, que puede recular en cualquier momento cuando en el camino hacia ella una guarnición de insurgentes acaba con la vida de doce uniformados que tenían a su cargo velar por la seguridad de los votos del sector rural, en los recientes comicios electorales.

De la Paz, la música, la creación y el intelecto se rumora en esta comarca seductora, que transpira historia y cultura por doquier. Tunja, tierra de poetas, delata verbo y lírica en sus antiguas edificaciones, en la Casa Museo de su fundador (1539), el capitán don Gonzalo Suárez Rendón, donde también funciona la Secretaría de Cultura. Desde el empedrado de su umbral se observa el hermoso decorado de su jardín que rinde homenaje al Adelantado. Y, en la segunda planta, vestigios de lo que fue su alcoba, su biblioteca y algunos frescos que se conservan del siglo XVI.

El legendario y romántico balcón del Hotel Conquistador, con 100 años de historia. Foto: La Pluma & La Herida
La poesía también fluye en el Palacio Arzobispal, donde está inscrita en rima endecasílaba la dedicatoria que Monseñor Jorge Monastoque Valero le escribió a Tunja y al célebre cronista, sacerdote, historiador y poeta español, don Juan de Castellanos, cuya vida y obra inspiró la construcción y el legado de la universidad que lleva su nombre:

Esta que ven acá/ ciudad dormida/, entre altares, retablos y vitrales/, es un águila en el cielo detenida/ y en vuelo hacia destinos inmortales/. Estas sus calles son/. La gloria un día/ colgó escudos en todos sus portales/. Estos sus templos donde el oro ardía/ y aquellos sus balcones coloniales/. Con su cura Don Juan de Castellanos/, y don Gonzalo, en cota y de gorguera/, abre a todos sus brazos y sus manos/: Mi ciudad colonial/ ciudad procera/, donde todos los hombres son hermanos/. Donde toda amistad es verdadera.

La Iglesia de la Compañía de San Ignacio, que data de 1615: la más antigua de Colombia. Foto: La Pluma & La Herida
Pero la poesía también fluye de viva voz en habitantes que merecen un nicho privilegiado en cualquier despacho de historia y divulgación cultural: la de don Hernando Betancur, un septuagenario trashumante, librero, vendedor de chance y lotería, y como él subraya, “amigo de las palomas”.

El tenderete de este hidalgo caballero en solitario, oriundo de Angelópolis, Antioquia, está ubicado justo al frente del edificio de la Lotería de Boyacá, donde también funciona la oficina del Festival Internacional de la Cultura, la emisora de la Gobernación de Boyacá, entre otras dependencias.

Betancur (cuya foto ilustra el inicio de esta crónica), de boina y bufanda, manifiesta haber recorrido el país en un plan aventurero de libros viejos y cositerías mundanas al mejor postor. Asegura haber vivido sus años solo, sin familia, sin prole, pero siempre rodeado de palomas: “Me buscan a donde llego, porque las mimo y les doy de comer, y les recito poemas”.

Detalle de la Plaza Mayor de Simón Bolívar de Tunja, 'Cuna de la Libertad', modelo de cultura, educación, civismo y paz. Foto: la Pluma & La Herida
Le pido a don Hernando que por favor lo haga ahora mismo, cuando uno de los plumíferos se ha posado sobre su cabeza, y no podían ser más casual en sus mustios labios unos versos a la sentida paz, con debido introito de su autor y procedencia: ‘La Paz Cansada’, del poeta antioqueño Luis Florez Berrío, que el declamador de marras cita a su vez como una milonga campera:

La paz no tiene paz/ nació cansada/, creció enfermiza/ y navegó en la sombra/. Dios que la quiso tanto/ no la nombra/ y en sus milagros la dejó olvidada/. Todos la piden blanca y es morena/, desconoce la voz de los pastores/, no ha podido apoyarse en los amores/ ni desprenderse de su propia pena/. La paz ni en los ministros parroquiales/ con su bíblico símil de paloma/, la paz ni en la penumbra que se asoma/ callara sus lamentos desiguales/. No la tiene ni el poeta ni el gitano/, ni el mago ni el monarca ni el coloso/, ni siquiera la tiene el perezoso/, o el enfermo, el triste o el profano…

El parasicólogo tunjano don Ramón Humberto Sánchez Alba, especialista en "fenómenos superiores y radiestesia". Foto: La Pluma & La Herida
Al frente del juglar de calle se ha formado una romería de curiosos, y el aplauso no se hace esperar. “Muy agradecido, muy agradecido, muy agradecido”, espeta con reverencia el viejo librero y vendedor de suertes, al mejor estilo de don Pedro Vargas, y aprovecha su emoción para solicitarme le haga otras tomas con sus palomas para reproducirlas en papel en la fotografía aledaña. “Mire, estas palomas que tengo en el brazo se llaman ‘Ulises’ y ‘Elegancia’. Son pareja y están felices. Viven su propia paz, y conmigo se sienten muy a gusto. A boinazo limpio saco corriendo a los mucharejos que osen ofenderlas, menos espantarlas”.

Con don Hernando Betancur siento haber vivido más una experiencia onírica, sobrenatural, digna de un cuento fantástico. Pero no, es real y sucede en Tunja, ciudad culta y dada a la memoria y a la poesía por antonomasia. Salgo del fabuloso letargo para cruzar la Plaza Mayor.

La pileta mayor de la Casa de la Cultura de Tunja, sitio de encuentro de literatos, poetas e intelectuales, en el centro histórico de la ciudad. Foto: La Pluma & La Herida 
Envidio para bien la Plaza de Bolívar de los tunjanos: limpia, organizada, sin una colilla o un papel en sus adoquines. Me pregunto, ¿a dónde llevarán los loquitos, mendicantes y desadaptados? No se ve ninguno en sus alrededores. Y me entra una nostalgia de la Plaza de Bolívar de Bogotá, en manos del ‘alcalde socialista’ de la Bogotá Humana: sucia, maloliente, desgreñada, terriblemente insegura, plagada por la indigencia y el vicio. Sí, me da envidia de la buena. Señor burgomaestre de Tunja, lo felicito. La que usted regenta con su equipo es una estampa de mostrar y recordar.

Retomo la Calle de los Balcones para registrar otras postales y veo que ya empiezan a aflorar foráneos de lejanas tierras, fenotipos caucásicos, espigados, rubicundos, 'ojiazules', que intercambian fonéticas, para nosotros indescifrables, de la remota matriz eslava e indoeuropea. Seguramente poetas, músicos, danzantes, literatos provenientes de territorios insufribles bañados por aguas gélidas del Danubio y el Mar Negro, donde para sus habitantes el arte poético sí que tiene una razón de ser.

Personajes típicos del centro de la capital boyacense: don Isaías Medina y doña Elvia Plazas, comerciantes de fruta de hace 30 años en la carrera 10°. Foto: La Pluma & La Herida
En esas pesquisas de lo antiguo que hubiera podido acabar en ruina, pero que el sentido de pertenencia del tunjano de bien no ha permitido, me encuentro con una reliquia: La Iglesia de la Compañía de San Ignacio, la más antigua de Colombia, que data de 1615.
Sólo sabe el bendito Nacho cuántas toneladas de piedra, forja y calicanto fueron invertidas para tan sagrado monumento. Allí vivió el adalid y defensor de los esclavos, don Pedro Claver, siglos después consagrado en Santo. Hay una placa en su memoria, porque antes de ser erigido templo en su nombre, Claver residió en ese espacio.

Veinte pasos hacia la Plaza Mayor, está sembrado como un coloso el Colegio de Boyacá, al igual que la Iglesia de San Ignacio, uno de los planteles educativos más antiguos, pionero de la educación pública en Colombia, obra del licenciado Hildebrando Suescún Dávila, con fecha del año 1822. Otro deleite para los fotógrafos por su soberbia arquitectura republicana, sus enormes y floridos patios interiores, sus arcos y columnas dóricas.

En busca de otro tinto por esa misma vía, me topo con otro vestigio romántico, del que en otra entrega, y con más pelos y señales, les contaré en profundidad. Se trata de la Barbería Imperial, próxima a cumplir una centuria. Imperdonable no ingresar en ese recinto para picarle la lengua a su actual propietario, don Gonzalo López López, quien afirma haberle comprado el establecimiento a don Jorge Elías Algarra, el mismo que la inauguró en 1918

Mauricio Ríos, el maharaj boyacense, profesor de Yoga y astrólogo. Foto: la Pluma & La Herida
Todo allí respira antigüedad: las sillas alemanas, los escaparates, los espejos y el par de máquinas manuales del peluquero Algarra en sus primeros años de oficio, hoy exhibidas en lo alto de la pared frontal como entrañables prendas de museo.

La tarde se va en volandas con el repertorio de maravillas arquitectónicas y personajes autóctonos que uno se va encontrando de paso por el Centro Histórico. Camino al centenarista Hotel Conquistador, que está ubicado en un casonómetro de más de 400 años, me cruzo con el profesor Ramón Humberto Sánchez Alba, que por su porte, su luenga barba y cabellera, podría encarnar sin contratiempos al despelotado monje Rasputín de la Rusia Zarista.

Sánchez Alba se referencia como “maestro de Parasicología con énfasis en fenómenos superiores y radiestesia”. Dice tener la fórmula científica para que el planeta no se extinga, cuando medio mundo aboga para que se acabe. Agrega haberse desempeñado como investigador criminalístico del sistema judicial de Tunja, poseedor de un don para detectar la maldad humana y aprehender un sospechoso con solo leerle el iris.

Los patios floridos de la Casa-Museo del capitán don Gonzalo Suárez Rendón, fundador de Tunja. Foto: La Pluma &La Herida
Para abonar en detalles invito al parasicólogo a un café en cualquiera de los cafés que aún me falta por recorrer, pero dice que de mil amores lo aceptaría al día siguiente, porque ahora (cinco de la tarde) tiene que ir a la terminal de transportes a recoger a una sobrina que viene de San Pablo, en el departamento de Bolívar, pero que no hace falta un nuevo encuentro porque oportunamente se comunicará conmigo a través de la telepatía. “Yo no la manejo, profesor”, le interpelo desconcertado. “Pero yo, sí”, responde, y se esfuma entre el gentío.

Exóticos personajes, con y sin barbas, que se encuentra uno volteando las esquinas del centro de Tunja. No más acabó de desenredarme del gurú que tiene entre manos la fórmula para que el mundo no explote en átomos volando, cuando me sale al paso, al frente de las instalaciones del Kanal 6, un maharaj de turbante y ojos de un verde fosforescente,  como salido de las aventuras de Simbad El Marino.

Lo que faltaba: un maestro yogui que dice responder al nombre de Mauricio Ríos para occidente, pero con un trabalenguas en sánscrito innombrable para el credo hinduista de la meditación trascendental y de las 400 reencarnaciones a las que  está sujeto, de ida y vuelta en el terreno mundo, un mortal dispuesto a jugarse el pellejo y el alma para alcanzar la luz perpetua de la divina gracia.

Logo del 43° Festival Internacional de la Cultura, con más de veinte países invitados y delegaciones de diferentes expresiones artísticas. Foto La Pluma & La Herida
Ríos argumenta llevar treinta y cinco años trasegando por los caminos de la espiritualidad. Antes había sido reportero en el canal de televisión que dirige el licenciado Nelson de Jota, donde condujo su propio programa, ‘Una ventana hacia el interior’. En él impartía cátedra de Yoga, viajes astrales, purificación del aura y comunicación directa con divinidades.

Ahora, Ríos, que como discípulo estrella que dice ser de Bellur Krishnamacharya Sundaraja por entregar su vida a la “salvación de la humanidad”, aspira el año entrante viajar a la India y sumergirse en las “aguas sagradas” del río Ganges. Cuando lo cuestiono que ese afluente es el más pútrido e infecto del mundo por la cantidad de desechos, cadáveres humanos y animales que arrojan allí, arruga el entrecejo y me intimida con ráfagas verde esmeralda de su mirada.

-No blasfemes de lo que no conoces porque es karmático y la mala lengua castiga fuerte, a ti, y a tu prole.

Quedo sin palabras, y como teledirigido por el poder de la mente del maharaj boyacense, sigo sus pasos que terminan en la Casa de Don Juan de Castellanos, donde se ultiman los preparativos para la inauguración del Gran Salón de la India, en el marco del 43° Festival Internacional de la Cultura.

Tunja, nobilísima y señorial, "donde todos los hombres son hermanos, donde toda amistad es verdadera". Foto: La Pluma & La Herida 
En dicho recinto reciben con reverencia al barbado sacerdote yogui un par de muchachos que apenas despuntan al conocimiento espiritual, luego de pasar la prueba de fuego para ser arte y parte del ashran (grupo de oración, trabajo y meditación): desprenderse de todo lo material, que para ellos es la ambición, la codicia, cualquier asomo de confort y riqueza, y lo más duro a esa edad, que es cuando crepita en su máximo volumen el caldero hormonal: los latigazos libidinosos de la carne.

Escrito está y lo confirmaron los Vedas: el poder está en la mente y con ella logras lo que quieras. Hasta los milagros que Jesús de Nazareth hizo con leprosos, ciegos, posesos, muertos, paralíticos y rameras. Y quizás no hubiera sido complicado digerir el cuento de maharaj Ríos, de no revelarme que cobra $100.000 por la lectura de una carta astral. ¡Ah!, ¿otro Mauricio Puerta, pero del altiplano boyacense? ¡Va de retro! Y despejo pista.

Cae la noche sobre Tunja, y un poco fatigado por el excesivo rodaje de parroquianos alucinados, busco ahora sí el Hotel Conquistador para dar reposo a mis trajinados huesos. Antes de retirarme a los aposentos, oteo con dejos de romanzas otoñales sus calles profundas, coloniales, la luz violeta que despide el sol y acoge la llegada de una luna enorme, rotunda, preñada de amor y sortilegios.

¡Oh!, Tunja, nobilísima y señorial, como citó en sus versos Monseñor Monascote Valero: donde todos los hombres son hermanos, donde toda amistad es verdadera.
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