sábado, 21 de noviembre de 2015

Calixto Ochoa, el científico del acordeón

El maestro Calixto Ochoa apoltronado en su casa de Sincelejo, la víspera del homenaje que le tributó el 45° Festival de la Leyenda Vallenata. Foto: La Pluma & La Herida     
Ricardo Rondón Ch.

Juglar íntegro: compositor, intérprete, autor de más de 1.500 canciones, maestro del acordeón y reparador del fuelle, hacedor y mentor permanente del vallenato en su pureza y legitimidad, el vallenato sabanero, Calixto de Jesús Ochoa Ocampo (Valencia de Jesús, Cesar, 14 de agosto de 1934-Sincelejo, 18 de noviembre de 2015), o Calixto Ochoa como siempre apareció su rúbrica en las portadas de innumerables producciones discográficas, empezando por los acetatos de 45 revoluciones en los floridos tiempos, antes y después de Los Corraleros de Majagual, deja con su partida una memoria prolífica e invaluable para el folclore nacional, y un ejemplo latente para las nuevas generaciones de letristas y músicos, ante la alarmante avalancha de discordancias, algarabías y sonidos atropellados que pretenden acomodarse en el vallenato comercial. En abril de 2012, el Festival de la Leyenda Vallenata le rindió un homenaje a Calixto Ochoa, que ya revelaba síntomas y fatigas de los múltiples males que lo aquejaron en los últimos años. De esa época, comparto la siguiente crónica, publicada en el desaparecido diario El Espacio.  

Apoltronado en su casa del barrio La Terraza, en Sincelejo, demarcada con el número 28-04, a escasas cuadras de la plaza Majagual -justamente donde nacieron Los Corraleros-, el maestro Calixto Ochoa Ocampo, leyenda viviente del vallenato, con más de un millar de composiciones impresas en setenta discos de vinilo (otra cuenta larga en los de formato digital), saluda al visitante de otras tierras con una voz de gramófono RCA Víctor, un timbre similar al del veterano periodista y narrador de béisbol cartagenero, Eugenio Baena.

Luce el magnánimo juglar una guayabera de lino fresco, un pantalón flanel negro, zapatos del mismo color, cachucha bacana de despachador de flotas, y unas gafas de aviador en combate.

A su lado, y asida a sus curtidas manos de cirujano de fuelles, lo acompaña el amor de su vida, una dama con aires de matrona costeña, robusta y bien plantada, de ojos maternales y modales tranquilos como los de las buenas señoras del Caribe, doña Dusaide Bermúdez, que en esta última etapa ejerce como vigía y enfermera en las afugias y en los trances de la precaria salud del memorioso cantor.

"Si el maestro Calixto aún respira -dicen en el vecindario sincelejano-, es por los cuidados y las atenciones oportunas de doña Dusaide", quien está pendiente todo el día de sus medicamentos, de las cuatro sesiones de diálisis en casa, de la dieta a seguir, de su reposo y tranquilidad, ¡Ay!, por fin Calixto, que este año (2012), es el homenajeado del 45ª Festival de la Leyenda Vallenata.

Ochoa enseña orgulloso el poncho que la corporación en mención lanzó para esta celebración con su foto y nombre impresos, que él lleva terciado en el hombro izquierdo, y que ahora exhibe a la lente del fotógrafo para que le haga un primer plano.

-Quedó bonito, ¿verdad?-, asiente con tono pedregoso, ondeando a media altura la típica prenda.

En ese mismo brazo, en la muñeca izquierda, luce una joya mística: su reloj Mido Multifort automático, caja de oro de 24 kilates y pulsera de broche del mismo material, en épocas pretéritas, adminículo de garantía en las prenderías, cuando artistas y desesperados se veían obligados a abordar la ‘santa peña’ para solucionar aprietos económicos, mientras pasaba la tormenta.

Mirada nostálgica  del juglar sabanero, pilar y mentor  de la música vernácula del Caribe. Foto: La Pluma & La Herida
A su diestra, una maceta de lirios en bermellón y, como en altar, uno de los tantos acordeones que han pasado por sus manos de ejecutante y reparador, cuando en su taller y en labores silentes y consagradas, rescataba fuelles constipados por el uso y la fatiga de los acordeoneros andantes en cruzadas interminables de valles, sabanas, aldeas y desiertos del Caribe, o los ajustaba y afinaba con un mecanismo similar al de la relojería, de acuerdo a los requerimientos de sus ejecutantes.

Alfredo Gutiérrez, por ejemplo, compañero de lides en Los Corraleros de Majagual y uno de sus amigos más entrañables, fue hasta hace un tiempo, cuando los achaques de la enfermedad y el paso inexorable de los años se lo permitieron, uno de sus clientes más frecuentes.

Su maestro en estas labores de precisión, tonalidades, bajos, afinación, pitos y armonías, y todos esos trucos reveladores de ese vientre mágico donde anidan pajarillos sobrenaturales de onomatopéyicas fanfarrias, fue el viejo Ismael Rudas, quien le confió todos sus secretos, estratagemas y jeroglíficos melodiosos que ni siquiera han podido descifrar los encopetados fabricantes alemanes de la Casa Honner.

Cuenta doña Duisaide que su marido, cuando le llegaban estos armatostes afónicos, la mayoría de veces destartalados y hechos trizas, como si a su paso hubieran enfrentado batallas devastadoras y homicidas, el científico del acordeón se encerraba en su taller de patio adentro como el Melquiades de los oratorios garciamarquianos, y después de horas y horas de trabajo, en silencio y soledad, como se han producido los grandes inventos del mundo, "los regresaba a la vida".

En los albores de su carrera musical, los años dorados de Los Corraleros de Majagual. Foto: Discos Fuentes  
En esos acordeones y con una sabiduría prodigiosa, Calixto Ochoa, para no extraviarse en las labores de la escritura, dictaba lo que le iba saliendo en una grabadora de periodista a la antigua. Dejaba decantar las letras un tiempo, y cuando creía que ya estaban lo suficientemente maduradas, las oía a solas, les agregaba o les quitaba, las corregía, “las ponía más bonitas”,  y con destreza de funámbulo digitaba los acordes en el fuelle, "como si las notas se las soplara al oído el Señor de las alturas, que todo lo sabe y todo lo ve".

Esas virtudes las viene cultivando desde que estaba de pantalón corto, cuando se escapaba de su humilde casa de Valencia de Jesús, Cesar, y se iba orondo a las parrandas donde sus hermanos mayores, Juan y Rafael, tocaban hasta que aclaraba el día. "Apenas los vencía el sueño, yo aprovechaba para hacer pitar el acordeón. Y así fui aprendiendo.

Como se aprendía en los tiempos de las velas de sebo y las tertulias de cocina hasta el alboroto de los gallos: sin más cátedra que las de la virtud y la imaginación, que Ochoa ha cultivado por lustros hasta lograr ese brillo perdurable, esa pátina fascinante que brindan sus alegres y nostálgicas melodías, de las miles que ha escrito y entonado, como ‘Los sabanales’, que en cualquier época del año, pero más en la decembrina, resuenan con un gusto fresco y renovado, como si las acabara de sacar del horno.
  
El escritor y vallenatólogo César Augusto Muñoz Vargas sintetiza en una suerte de partitura Caribe, loable ejercicio literario, el precioso legado de más de mil obras que hacen parte del repertorio del juglar cesarense, motivo de homenaje en el presente Festival de la Leyenda Vallenata. Dice el experto en algunos apartes.

"Tal como pretendió hacer el compadre Menejo cuando quiso sacar cosecha de ‘El calabacito alumbrador’, Calixto Ochoa, en el ‘Amanecer de un día’, sin haber alcanzado las ‘Veinticuatro primaveras’, se terció el acordeón y salió con dos provincianos como él a recorrer la comarca, pequeño universo del que lo separaban caminos reales, veredas y montañas. Partió como los juglares de su generación a crear y a cantar las más entretenidas crónicas de un territorio que se antojaba primitivo, pero fecundo en motivos para que ‘La historia del negro’ encontrara siempre la ‘Palabra sagrada’. Había nacido para ser semilla de una mies cantarina.

Hasta el ‘Huevo sin sal’ en ‘La cazuela’ dejó servido quien preso del ‘Desasosiego’ dejó de tocar a escondidas para buscar su propio reconocimiento como correo itinerante de jocosos y extraños episodios que habría de contar en diversos tiempos. ‘Listo Calixto se enrumbó hacia los umbrales de la gloria, armado con su voz rauca, las manos esquivas y una mente lúcida, que serían como ‘La medallita’ de su buena estrella. Travesías que contaría después en ‘Mi biografía’.

En esas laberínticas andanzas de juglares, Ochoa Ocampo ya era uno de los artífices de Los Corraleros de Majagual, esa big bang de montes y sabanas que iba reclutando los buenos músicos y cantantes de la región. Calixto era al mismo tiempo como ‘El profesor’ que guiaba a los nóveles músicos que se iban internando en esa sinfonía de cueros, metales y cuerdas. Ya estaba en Sincelejo, ya era emblema en la plaza, y ya había atravesado los campos tupidos de majagua y ‘Los sabanales’ extensos de guayabales y amores al candil, perennes en el tiempo".

Afiche del 45 Festival de la Leyenda Vallenata, en 2012, año en el que Calixto Ochoa recibió su homenaje
‘Los Sabanales’, la pieza más amada y citada del mítico acordeonero y cantor que se coronó Rey vallenato en 1970, en franca lid con rivales de la talla de Andrés Landero, Náfer Durán, Julio de la Osa y Emiliano Zuleta. La plaza ‘Alfonso López’ era un hervidero y la parranda se prolongó tres días cuando el jurado dio como indestronable vencedor a ese Negro iluminado, oriundo de un pueblo que no aparecía en el mapa donde los párvulos de pantalón corto aprendían geografía: Valencia de Jesús, Cesar.

Ochoa, a sus 77 años, hace reconocimiento exacto de las músicas con que se coronó Rey: ‘La puya regional’, el paseo ‘Gavilán castigador’, el son ‘La interiorana’ y el merengue ‘El veterano’.

"No joda, compadre, cuantas lunas han pasado y este pecho todavía resuella. Y eso que me he visto cara a cara con la muerte, cuando me dio una isquemia pulmonar que me dejó 45 días en coma. Salve Dios que me alargó el plazo para poderle contar a los nietos mis memorias. No le temo a la parca porque ya la reconozco, pero si algo me desconsuela es el olvido", apunta el bardo caribeño mientras acaricia una medallita de la Caridad del Cobre.

42 años han pasado de aquel amanecer glorioso. Calixto de Jesús  Ochoa Ocampo vuelve ahora a esa plaza para ser coronado de nuevo en la grandeza de los siglos postreros.

Palmas y honores para el Científico del acordeón, ahora terno habitante de las remotas esferas celestiales.

Lo mejor del maestro Calixto Ochoa: http://bit.ly/1T6g0uH
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