lunes, 21 de diciembre de 2015

Septimazo navideño, disparate en tecnicolor

El Divino Rostro de 'Yurvaco', testigo silente del esquizofrénico carnaval decembrino en la carrera Séptima de Bogotá. Foto: La Pluma & La Herida
Ricardo Rondón Ch.

‘Yurvaco’, pintor de tiza y asfalto, ya perdió la cuenta de las veces que ha dibujado el Divino Rostro en la calle 21 con carrera 7° de Bogotá, desde la primera vez que llegó de su pueblo, Turbaco, municipio aledaño a Cartagena, con la pretensión de mejorar su calidad de vida y darse a conocer como el virtuoso retratista que dio sus primeras luces en la adolescencia.

Pero sus esfuerzos han sido infructuosos a la fecha. La manigua de concreto no ha permitido que sus divinas revelaciones sobre el pavimento, como esta de Jesús, cuenten con la admiración colectiva y sean valoradas como tal. Salvo las señoras piadosas que salen de misa de la iglesia de Las Nieves, contribuyen con las modestas propinas que van a parar a una boina negra de lana.

Más difícil en estas fechas decembrinas, cuando el grueso de la economía informal, rebuscadores, artistas, peregrinos de otras tierras y ríos interminables de gente poseída por la euforia de la publicidad, y en busca de una “felicidad repulsiva”, como el título del laureado cuento del argentino Guillermo Martínez, invade la Séptima, desde la Avenida Jiménez hasta la Torre Colpatria. Un indescifrable maremágnum, un atronador disparate en tecnicolor.

Don Reynaldo Galvis, veterano de la guerra de Corea, marca el paso con los acordes de 'El Corneta', en la voz de Daniel Santos. Foto: La Pluma & La Herida
Uno no se explica por qué no hacen acto de presencia en este sector los renombrados cinematografistas criollos del momento, si en este bazar con pulso y ritmo de clínica psiquiátrica, como en la mitológica Sherezada, hay una y mil historias qué narrar, desde las más inocentes, hasta las más descabelladas.

La de ‘Yurvaco’ es una de ellas: Como una parodia del clásico brechtiano, el del Círculo de Tiza Caucasiano, el retratista del Caribe marca territorio con una crayola hacia las cinco de la tarde para iniciar el boceto de su redentor, en medio del babélico estrépito de comediantes, buhoneros, culebreros, vendesuertes, y de la hedentina de vapores inimaginables: frituras y refrituras viscerales de semovientes de distintas especies, vacunos, asnales, caballares, porcinos, y domésticos como gatunos y perrunos, en versiones de embutidos, chorizos sangrantes, chuzos, pinchos, orejas chamuscadas y chicharrones cochos que, entre espesas y tóxicas humaredas, ofrecen al mejor postor.

Don Víctor Tévez, en pleno batir de melcocha, frente a la Iglesia de San Francisco. Foto: La Pluma & La Herida
Así, el Cristo de ‘Yurvaco’, en blanco y negro, va tomando forma y contenido sobre el pavimento, con la curiosidad de unos y la indiferencia de otros; el cadencioso desplazamiento de las primeras luciérnagas de la noche y el repicar acompasado de sus tacones marchitos, los de una pareja de travestis de pestañas largas, encrespadas, que arrojan un par de monedas en la cachucha del pintor, como para salvaguardar indulgencias de la incierta jornada que les espera en la puerta de un motelucho de la Caracas, o en los bares mortecinos de la zona de tolerancia del barrio Santa Fe.

Anton tiruliruliru/ Anton tirulirulá/ Jesús al pesebre/ vamos a adorar, retumba en un bafle donde una versión mejorada y actualizada del Mago Melchor pregona a todo pulmón y a mil pesos las copias pirateadas de “los mejores villancicos de todos los tiempos”, los de una navidad hoy por hoy devaluada, desprovista del espíritu y la esencia que le concierne, transmutada por la ansiedad y el furor del comercio en un carnaval de impudicias, arrumes de trapos, decorados, bisutería, jarrones, espejos, flores artificiales y juguetería al por mayor en corredores y andenes.

Campeonato relámpago de ajedrez al frente del restaurante La Romana. Foto: La Pluma & La Herida
¿A dónde van parar los millones de toneladas de basura plástica que el Gigante Asiático fabrica en sus megaindustrias para los países subdesarrollados en estas épocas de aguinaldos? ¿Cuánto dura en las manos de una niña la edición más barata de una Barbie luego de haber salido de su estuche? o, ¿el Darth Vader con escafandra de plomo y poliuretano de la nueva película de Star Wars? Y son trillones en serie.

De estas hondas divagaciones de la esquizofrenia navideña me sacan los arpegios de El Corneta, en la voz de Daniel Santos, con el frente orquestal de la Sonora Matancera. Como un palomo de la paz, con el escudo de Colombia impreso en su cachucha inmaculada, don Reynaldo Galvis Gutiérrez, oriundo de El Agrado (Huila), bastón en mano, y con la banda sonora del Inquieto Anacobero, evoca los recios andares marciales de la época en que prestó servicio militar, y años más tarde, en el contingente nacional que representó a Colombia en la Guerra de Corea.

'Carlos Vives' bañado en plata: la estatua humana más visitada del Septimazo navideño. Foto: La Pluma & La Herida
La de este noble caballero que acaba de completar 88 años, camarógrafo de vieja data, ex voluntario de Bomberos, y con una irrisoria pensión (no alcanza el millón de pesos) del desaparecido Banco Central Hipotecario (BCH), que él con sarcasmo traduce en sus iniciales como Bancario Con Hambre, es una dramática historia que pide a gritos un documental sobre la desafortunada realidad de los jubilados, en su caso particular, la de los abuelos que le entregaron su vida, “sus carnitas y huesitos a la patria”.

Don Reynaldo comparte con su mujer, doña Emelina Cristancho -una anciana a quien la demoledora diabetes la dejó ciega-, un humilde techo en arriendo en el barrio Calvo Sur. Como la mísera mesada del gobierno no le alcanza, se ve obligado a salir todos los días a la Séptima, después de las dos de la tarde, con su herramienta de trabajo, un amplificador, a bailar boleros y popurrís de la Sonora Matancera en la mitad de la calle, en pos de las rupias que le arrojan los transeúntes de buen corazón.

La espesa humareda de frituras de toda clase de vísceras, cogotes y pelambres. Foto: La Pluma & La Herida 
Si se fatiga a menudo, no es solo por su avanzada edad, sino por la diabetes que también lo aqueja, y por el dolor de una hernia inguinal que no se puede operar, justamente por su delicada enfermedad. “Este es un país de mierda”, dice lastimado el veterano de la guerra de Corea. “Tanto servirle a Colombia, y héme aquí como un paria: viejo, enfermo y pobre”.

Tres metros adelante del abuelo bailarín, otro, que podría ser su biznieto, Jimmy Montaña, el Michael Jackson de Soacha Compartir, emula con asombrosa habilidad los pasos del Rey del pop en su coreografía estrella, la de Thriller. A la par de sus destrezas acrobáticas observo que las suelas de su calzado hace mucho tiempo que están pidiendo remonta. No se nota mucho con los altos decibeles de su equipo de sonido, pero estoy seguro que los zapatos chaplinescos del Jackson soachuno no aguantan un aguacero más.

El infaltable chontaduro, mítico tónico afrodisiaco, en pulpa o en jugo. Foto: La Pluma & La Herida
Un olor a vainilla me lleva al puesto de Víctor Tévez, monje de barba y casulla franciscana, quien repara que la indumentaria no tiene nada que ver con la comunidad religiosa que fundara el Santo de Asís, sino con la Congregación Israelita del Nuevo Pacto Universal.

Tévez arguye que en el pasado fue un próspero comerciante de plaza de mercado en Tarapacá (Amazonas), pero que los excesos del dinero, los placeres de la carne y sus castigos consecuentes, lo llevaron a convertirse a la fe, en la humildad y al servicio de sus semejantes.

Jimmy Montaña, el Michael Jackson de Soacha Compartir, cumpliendo a su función. Foto: La Pluma & La Herida
De eso hace veinte años, los mismos que lleva en la calle batiendo melcocha, perfumada con la orquidácea, que enrosca en varitas para vender a quinientos y a mil pesos, bajo la premisa de Hebreos 8:20 que subraya que mientras haya perseverancia y paciencia, ningún esfuerzo es vano, porque Dios no desampara a nadie.

Frente a la iglesia de San Francisco, un Carlos Vives bañado en plata, más auténtico que el original, entona al compás de su guitarra marcante La gota fría, o cualquiera de los clásicos de La Provincia, siempre y cuando tintineé una o varias monedas en el tarro de galletas, depositario de las ganancias ocasionales desde su pedestal de estatua humana. Los rizos, el rostro, el perfil, el amarrado de la pañoleta, la nariz respingada, son calcados del ídolo samario, precursor del Tropi-pop.

Mazorca asada o pincho con arepa o papa, las degustaciones más populares. Foto: La Pluma & La Herida 
¡Alerta!, pónganse mosca. Acaba de llegar la familia Robayo. De eso da cuenta Celmira Calderón, administradora del almacén de calzado Spring Steap en la esquina de la calle 17 con carrera 7°. Según la funcionaria, tres mujeres robustas, mamá y sus hijas, ataviadas de ponchos, aprovechan el interminable y apretado flujo peatonal que a esta hora, seis de la tarde, transcurre por esta arteria, para hacerle la encerrona al más desprevenido, dama o caballero, y entre empujones, atropellos y disculpas, extraer de bolsos y bolsillos celulares, billeteras o cualquier tipo de pertenencias. Las ladronas manejan entre ellas un código visual de la posible víctima. Una vez dado el zarpazo, se esfuman entre la concurrencia.

¡Pilas!, algo se está quemando… No, es el paisajista que a punta de aerosoles flamea la pintura para darle consistencia. Tiene el récord de sacar un cuadro en cinco minutos. Depende del tamaño y de la cantidad de colores invertidos, los vende a cinco mil o diez mil pesos. Y si la familia Miranda no se mosquea con su rapidez y talento, los termina rifando: a mil el puesto.

Don Fidel no es un gaitero de San Jacinto, pero sí del barrio 20 de Julio. Foto: La Pluma & La Herida
En esa marcha, entre humaredas penetrantes y hedores pútridos de cataclismos digestivos, además de los personajes antes registrados, de todos los que parquean y circulan por el alucinante corredor navideño, te encuentras con escenas y situaciones del mejor teatro del absurdo de Eugene Ionesco, a saber:

Un campeonato relámpago de ajedrez, en plena calle, justo al frente del emblemático restaurante La Romana; un predicador entrado en años con el torso desnudo y un letrero de cartón colgado al cuello donde asegura llamarse Adán. El hombre alza los brazos, blanquea los ojos como un poseso, y la emprende a grito lleno con el anuncio de que está cerca el fin del mundo, que solo queda tiempo para la salvación, que a lo lejos se oyen las trompetas de los ángeles justicieros, que correrá lava y hiel por los senderos del mundo, y que no volverá a crecer la hierba sobre la faz de la tierra.

¿Qué hacen estos tortolitos recién casados haciendo coquitos entre los arbustos del Parque de la Independencia? Foto: La Pluma & La Herida 
Será por esa sentencia del advenedizo que un escuadrón de hippies viejos -uno de ellos con un gorro manteco de papá Noel-, apostados con sus tenderetes de collares, pulseras y zarcillos de cobre sobre el andén del Éxito de la 22-, ruedan con ansiedad, de boca en boca, un pucho de marihuana que totea como maíz pira en cada aspirada.

El de la maracachafa es el humo más común en la gran vía capitalina. Agregado al de la mazorca asada con mantequilla, el de los churros, los burritos, la arepa con queso que voltea en el brasero una mulata de exagerado busto en predios de la Cinemateca Distrital; el humo de viandas y asaduras, y el humor rancio de negra que es su impronta erótica y se delata a leguas, más en estas noches de fragor y de apreturas, de quien fácilmente se deja absorber por lo humano y lo mundano.

Sólo faltaba un tío vivo en la carrera Séptima. Ahí lo tienen. Foto: La Pluma & La Herida
“El palo no está para cucharas”, parece decir otro vendedor que efectivamente, y sin bajar bandera, ofrece sus utensilios de madera sobre una bolsa negra de basura: cucharones, cucharas soperas, cucharitas dulceras, todas muy bien alineadas, pero sin nadie que se interesa por ellas: “La gente mira, pero no pregunta”, dice el lánguido comerciante. “Eso es prueba de la crisis de este año tan jodido que hemos tenido la mayoría. Dios proveerá…”.

Para no dejarme contagiar por la amargura en estas fechas vulnerables, me aferro mejor al sonsonete carranguero de la agrupación de Juancho El Jornalero y los Ruana Stars. ¡Carajo!, que agachen los sombreros y jondien esas cuatro puntas, que se vino navidad. Tiples, guitarras y quijada de jumento incitan al desguace de esqueletos con uno de los temas más sonados de la parranda decembrina, El Ron de Vinola, del inolvidable Guillermo Buitrago.

Juancho el Jornalero y los Ruana Star: carranga ventiada. Foto: la Pluma & La Herida
“¡Cucas, cucas a mil!”, grita un moreno de cabello chuto. Quien reacciona turuleto ante el ofrecimiento, es un borrachito con un mechón graso sobre el ojo derecho.

-¡¿Cucas, a mil?!, cucas, ¿a dónde?-, deletrea el beodo, quizás confundido por otras panochas que nada tienen que ver con harina, chucula y leche.

En la esquina del Planetario Distrital se encuentra estacionada La Pretenciosa, la chiva rumbera que a esta hora espera el arribo de unos turistas que vinieron de Pasto (Nariño), y que hicieron un alto en el trayecto para tomar fotos del alumbrado navideño. Uno de ellos queda admirado con la Torre Colpatria, pero aclara que no entiende la estructura de lo que será uno de los edificios más grandes de Latinoamérica, el de la Torre Bacatá, en la 19 con 5°.

Esta gráfica no puede ser más explícita: 'el palo no está para cucharas'. Foto: La Pluma & La Herida
Camino al alumbrado del Parque de la Independencia, me topo con una pareja de recién casados, que luego de contraer nupcias en la Iglesia de San Diego, han decidido ir a tomarse fotografías alrededor de sus árboles y monumentos. Pedro y Paola se lanzan como adolescentes a correr por el pastizal, a esconderse y a hacer coquitos detrás de los arbustos; luego se reencuentran, se toman de la mano, sonríen, se besan, sudan. Larga vida a los tortolitos.

De regreso, entre la muchedumbre y la endiablada vocinglería, me empeño en recobrar el Divino Rostro que hace tres horas empezó a dibujar el artista ‘Yurvaco’. Tenía como coordenadas de fijación, entre el veterano de la guerra de Corea y el Michael Jackson de Soacha Compartir, pero el pintor ya no está y su Jesús misericordioso se ha borrado del asfalto.

'Muñeca' exhibe los gorritos navideños para mascotas. Foto: La Pluma & La Herida
Como se va borrando todo lo santo y lo bueno en el demencial y precipitado transcurrir de nuestros días. Como se esfuman las esperanzas ante la debacle de la corrupción, la farsa y las mentiras. Como se agobian las almas ante la barbarie y el cinismo de la condición humana. Como el vacío en la mirada del niño carasucia que, en su desamparo, observa atónito a otros niños felices, montados sobre los caballos de un pequeño tío vivo en el Parque de las Nieves.

No quiero que esta noche me embargue la melancolía. Reparo entonces que en la Librería del Fondo de Cultura Económica, una cuadra abajo de la Biblioteca Luis Ángel Arango, hay descuentos de libros hasta media noche, y que a las 8:30 p.m., citan a un recital con William Ospina.

Remate ideal de la Bogotá Nocturna con el recital del poeta William Ospina, en la librería del Fondo de Cultura Económico. Foto: La Pluma & La Herida 
Estoy justo a tiempo y esa es mi tabla de salvación. La voz y la sabiduría del poeta de Padua (Tolima), sus versos minerales del País del Viento, su demoledor monólogo de Lope de Aguirre, las cantatas de los primeros descubridores, de millones de años, de la América silvestre, terrible y voraz; sus amorosos retratos y sonetos dedicados a Kafka y a Borges; su memoria fantástica del único sobreviviente del Galeón ‘San José’, me redimen de esa catástrofe interior que me sacude desde la infancia en tiempos de luces, faroles y villancicos, con el decorado impostor del derroche y la exageración.

Insisto en que los poetas deberían ser los únicos autorizados para asumir el ritual de la eucaristía. Porque la misa, desde tiempos inmemoriales, es la misma. Y más de lo mismo…

¡Feliz Navidad!
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