sábado, 16 de abril de 2016

Un Macbeth operático, para quitarse el sombrero

El barítono búlgaro Vladimr Stoyanov, en el rol de Macbeth, y la soprano griega Dimitra Theodossiou, como Lady Macbeth. Foto: Teatro Colón/Andrés Gómez
Ricardo Rondón Ch.

William Shakespeare, el gran visionario de nuestros tiempos, incomparable retratista de las vilezas y debilidades de la condición humana, legítimo profeta que el Vaticano se ha resistido en reconocer, se sentiría orgulloso de ver plasmado su luciferino Macbeth en esta ópera a la colombiana, y en el escenario perfecto para su representación: el Teatro Colón de Bogotá.

El éxito sin precedentes de este magnífico montaje operático, es producto de más de un año de arduo trabajo, horas extenuantes de ensayo, adrenalina pura entre bambalinas, y el criterio y la responsabilidad de un equipo de alrededor de 200 personas, dentro y detrás del escenario, entre directores, músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, el Coro la Ópera de Colombia, el Grupo de Vientos de la Orquesta Sinfónica de la Policía Nacional, estrellas del canto lírico, coreógrafos, bailarines, acróbatas, diseñadores, escenógrafos, vestuaristas, luminotécnicos, tramoyistas, utileros, entre otros profesionales, todos bajo la batuta de un hombre certero y curtido en las lides teatrales: Manuel José Álvarez.

Un Macbeth para quitarse el sombrero, como hubiese titulado en su momento el maestro Otto de Greiff en sus habituales notas del periódico El Tiempo, el oído más educado y cultivado que haya tenido la crítica musical en Colombia, puntual en su cometido hasta los 92 años, cuando expiró en Bogotá, el 31 de agosto de 1995, entre sonatas de Beethoven, su compositor preferido.

La cuota colombiana representada en el bajo barítono Valeriano Lanchas. Foto: Teatro Colón/Andrés Gómez
Lo de quitarse el sombrero -para los imberbes que se preguntarán qué significa eso- era una glosa que se aplicaba a manera de respeto o solemnidad  cuando lucir canotier, terno, gabardina y paraguas, era una impronta de elegancia en los cachacos de ley que en la calle se descubrían la testa para lucirse con un piropo ante la belleza de una dama, el ingreso a una iglesia o a un funeral, o en señal de reverencia y admiración ante el prodigio de un espectáculo, justamente en el proscenio emblemático del Teatro Colón, en ese entonces, como ahora, de permanente actividad cultural, donde tenía cabida hasta la poesía. Para recordar los pomposos recitales de Víctor Mallarino (padre), o de la afamada actriz, cantante y declamadora argentina Berta Singerman.

En Macbeth, para quitarse el sombrero ante el concepto y dirección de arte de Laura Villegas, una mixtura  entre la época shakesperiana, lo actual, y un guiño futurista, con un toque del rango militar de la Inglaterra de la década de los veinte, con sus soldados de faldas escocesas, sólo que con tocados punk de los 80, y en vez de espadas, pistolas y ametralladoras como en las sagas de acción de Hollywood.

Esto, para darle una mirada pluralista a la puesta en escena, donde públicos de todas las edades se identifican con el mensaje de Shakespeare en una de sus tragedias más versionadas, celebradas y paradójicamente vigentes, 400 años después de su fallecimiento: la de un imperio sacudido por la violencia, el caos y la corrupción, consecuencia de la megalomanía de sus reyes: Macbeth y Lady Macbeth, representados en esta oportunidad por dos grandes exponentes del canto lírico orbital: el barítono búlgaro Vladimir Stoyanov y la soprano griega Dimitra Theodossiou.

El arduo trabajo y un elenco de primera línea, resultado de que este Macbeth operático haga historia en el Teatro Colón de Bogotá. Foto: Teatro Colón/Andrés Gómez  
Para quitarse el sombrero con la cuota colombiana en las voces del bajo barítono Valeriano Lanchas, que interpreta a Banquo; el tenor Christian Correa Guzmán, en el rol de Malcom; el barítono bajo Juan Manuel Echeverri Moreno, como Araldo, y el tenor español invitado, Sergio Escobar, con su portentoso Macduff.

Para quitarse el sombrero ante la dirección musical del italiano Pietro Rizzo; la dirección escénica de Ignacio García con su revolucionaria propuesta que trasciende en los cuatro actos (dos horas y cuarenta y cinco minutos, con quince de intermedio), entre el asombro, el detalle y la pesadilla, que en finadas cuentas es lo que narra el Padre Universal del Teatro, en un país como Inglaterra, donde por antonomasia un gran porcentaje de la población está matriculada con el quehacer histriónico.

Para quitarse el sombrero ante el proceso escenográfico que evoca, al mismo tiempo, la sobriedad y el lenguaje metafórico del recién fallecido director esloveno Tomaz Pandur; en Macbeth, con unos containers y una luces terrosas que sugieren cúpulas, torreones y laberintos de un castillo perdido en las nebulosas del medioevo.

En la segunda parte, con el estupendo aporte coreográfico del maestro Jimmy Rangel, se observa una lúdica de bailarines con camillas hospitalarias que nos traen a la memoria el montaje de ‘Invierno’, de la compañía canadiense Carbono 14, inolvidable en unos de las primeras ediciones del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá.

Laura Villegas, concepto y dirección de arte
Y, para quitarse el sombrero, una y varias veces, con la rotundidad de los prolongados aplausos que se oyen al final de la función, ante el magisterio musical y vocal de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, el Coro de la Ópera de Colombia y el Grupo de Vientos de la Orquesta Sinfónica de la Policía Nacional. Un poderoso respaldo orquestal e interpretativo, con sus respectivas batutas, que bien podría inspirar las ovaciones y mover de sus asientos a la encopetada y rigurosa crítica de La Scala, de Milán.

Con Macbeth, a la colombiana, respetuosa versión del Teatro Colón de Bogotá, que se ciñe a la renovada de Giuseppe Verdi, que se reestrenó en abril de 1865, en la Ópera de Paris, luego de la frustración que derivó su debut en marzo de 1847, en el Teatro de la Pérgola, de Florencia, Italia, es ante todo una oportuna reflexión sobre la crueldad y el dolor que deja a su paso la violencia. Esa pesadilla que tanto daño le ha hecho a Colombia a lo largo de más de cincuenta años, y de la que esperamos salir pronto para bien de nuestros descendientes. El arte, está visto, contribuye con creces a la posibilidad de ese anhelo.

Macbeth hace historia en el Colón, pero como lo bueno dura poco (hoy sábado 16 de abril es la última función operática), queda en manos de su director Manuel José Álvarez, el aliciente de una nueva temporada.
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