domingo, 11 de septiembre de 2016

Nairo Quintana firmó la verdadera paz en Madrid

Nairo y Esteban, campeón y tercero en la general de la Vuelta a España, bañados en champaña en la triunfal celebración de Madrid. Foto: José Jordán/AFP   
Ricardo Rondón Ch.

Las únicas pausas que Nairo se permite en su arduo y elevado vuelo de halcón peregrino por valles y montañas de Europa y de América, son cuando habla. O mejor, cuando se ve obligado a hablar ante micrófonos.

Menudo y ligero de cuerpo, como tiene que ser sobre su armazón de bielas, Quintana se revela sereno ante la prensa y desgrana palabras precisas, puntuales, sin adjetivos ni recargas idiomáticas.

No se turba. Fluye con lo que le dicta más la razón que el corazón. No recurre a eufemismos ni lisonjas. Tampoco se extrovierte. Es la medida justa entre lo que piensa y lo que dice. Como si lo supiera de memoria.

Y más meritorio aún, como sus raudas gestas de asfalto, deja entrever con su sonrisa una sinceridad aplomada. Es inteligente. Está dotado de una elocuencia legítima. Por eso no podría ser político.

El breve discurso que pronunció en el pódium supremo de la Vuelta a España, bañado de reflectores y una tormenta de relámpagos fotográficos que reproducían en la noche estival de Cibeles rostros de colombianos felices que agitaban sin treguas el satín del tricolor nacional, no pudo ser más preciso y convincente.

En dos frases resumió la felicidad que lo embargaba: “Que el mundo entero conozca que Colombia también es paz y amor. Y por mí país siempre estaré dispuesto a seguir batallando”.

Con semejante triunfo y sus sentidas palabras, el campeón boyacense, desde la majestad y el coraje que le endilga ser el mejor embajador de Colombia al otro lado del hemisferio, puso de presente que la verdadera paz, estable y duradera, como aparece redactada en el plebiscito presidencial, trasciende cualquier firma, va más allá de un y de un No, y de las 297 páginas del Acuerdo entre el Gobierno y las FARC.

Esa paz estable y duradera sólo se puede lograr con el tesón, el esfuerzo y el poder de convicción de un colombiano como Nairo, que parco y sosegado, igual en el pódium como en los momentos apremiantes de las fatigas sobrehumanas, y de esos males del cuerpo que acarrean sus proezas por territorios desmadrados, se resiste a bajar la cabeza.

La sonrisa del campeón boyacense no puede ser más explícita: la satisfacción del deber cumplido. Foto: José Jordán/AFP 
En sus dicientes palabras de celebración, Nairo también hizo énfasis en el respeto a la mujer, extendió una invitación a dejar los odios y rencores, a vivir en armonía, y convocó a los jóvenes de Colombia a hacer deporte que, está comprobado por él y por sus compañeros de justas sobre ruedas, Esteban Chaves (3° en el pódium ibérico) y Darwin Atapuma, es una de las mejores elecciones para contribuir a la salud mental y física, y por ende, al desarrollo y el progreso.

En este apartado, el de la juventud, me pregunto qué pensarán de la nueva victoria de Nairo los capos del narcotráfico y sus depredadores intermediarios micro, jíbaros y sayanines, ellos, campeones de la droga y de la perdición humana, esa maleza que hay que desterrar a como dé lugar. De esa miserable estirpe esperamos no volver a tener noticias. ¡Qué daño abominable le hacen al país!

No en vano, por representarlo como el más digno y sólido exponente de su entorno, el Ministerio de Agricultura le confirió a Nairo la honrosa misión de Embajador de Buena Voluntad del Agro Colombiano, de puertas abiertas al posconflicto que se nos avecina, para que los desmovilizados de las FARC, desde luego, con los cientos de miles de millones acumulados por la cúpula guerrillera, sean los primeros protagonistas del renacer y el reverdecimiento del campo nacional, que durante décadas estuvo opacado y estéril por el luto y el temor de la violencia, y por la irresponsable desatención del Estado.

Que esos menores que acaban de salir de los acuartelamientos subversivos, agotados y ojerosos ante el horror de la absurda guerra, tengan un cupo en el arado con capacitación y beneficios para ellos y sus familias, y aquellos que quieran seguir los pasos de la estrella del ciclismo mundial, cuenten con el respaldo de Coldeportes para multiplicar Nairos en serie, campeones de frente en alto como él, ojalá con su orientación y enseñanza.

Nairo Quintana, hijo silvestre de las fértiles campiñas boyacenses, se consagra con esta victoria en carreteras ibéricas, y con su rotundo palmarés en circuitos europeos, como el deportista más importante en la historia del ciclismo colombiano, con solo 26 años, y con la firme convicción a corto plazo de ceñir los laureles definitivos de su brillante carrera en el Tour de Francia, la competencia master del pedalismo orbital.

Momento histórico para el ciclismo colombiano: Nairo con la presea en alto que lo acredita como el gran campeón de la Vuelta a España 2016. Foto: AFP 
El de Cómbita, Boyacá, comarca fecunda de todos los verdes posibles, que en su pródiga niñez entre valles, lomas y planicies empezó a competir con el viento en una de esas rústicas y pesadas bicicletas de forja con las que los labriegos acortan distancias entre el rancho y la remota sementera, rubrica con su nueva gesta un ejemplo a seguir: el de que la grandeza se cosecha con amor y pundonor, como de párvulo le enseñó don Luis, su padre, en los surcos de papa y hortalizas de la pequeña granja.
  
Nairo, con su nobleza, con sus silencios sabios, se ha tragado los improperios y las críticas imbéciles e injustas de quienes lo han subvalorado, como sucedió en el reciente Tour de Francia, acosado por una alergia que no le permitía que sus piernas, acostumbradas al poderoso voltaje que él derrocha, le respondieran. Aun así logró el tercer puesto en la general.

Ayer fue Christopher Froome en los Campos Elíseos de París. Hoy, Nairo Alexander Quintana Rojas en el Paseo de La Castellana, de Madrid (29 años después de la conquista de Lucho Herrera, el Jardinerito de Fusagasugá), orgullo de una familia de humildes campesinos que no han hecho otra cosa en la vida que cultivar el milagro de la tierra, como la mayoría de ese departamento, el de Boyacá, cuna del ciclismo colombiano.

Ahora que promete silenciarse la metralla y comienza la paciente y cuidadosa misión del desminado, y que el armisticio promueve herramientas de labranza en reemplazo de fusiles AK-47, los mismos que el cantautor César López ha convertido en escopetarras, se hace más latente y promisoria la figura de Quintana como Embajador del Agro Colombiano.

Lo ideal habría sido que la concluyente firma de la paz del 26 de septiembre se hubiese producido en el histórico Puente de Boyacá, o en el Pantano de Vargas, y por qué no en Cómbita, en la parcela de don Luis y de doña Eloisa que vio brotar, como la flor de mayo -a la que los lugareños tienen fe para espantar el tentado del difunto-, el crisantemo mayor representado en la genialidad  y el coraje del más grande ciclista colombiano de todos los tiempos.

Flor de Nairo, hijo de la tierra bendita, halcón peregrino que aprendiste de párvulo a elevarte como las cometas bajo el plafondo azul de nubes diáfanas y espesas que es el cielo boyacense, que tu próspera semilla se riegue por los campos de Colombia para que broten como espuma los lirios del perdón y la reconciliación.

Porque la Paz verdadera la acabas de firmar con tu épico título de la Vuelta a España. 
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