domingo, 11 de diciembre de 2016

Fábula de la niña y el animal

El de la pequeña Yuliana, el crimen, que en los últimos años, más ha impactado a la población colombiana. Fotos: Archivos particulares
Ricardo Rondón Ch.

Ahora que el alma de Yulianita es un lucero titilante en la vastedad del firmamento, y los pábilos de cirios y veladoras no cesan de chisporrotear en las misas y ofrendas que en nombre de la niña se ofician a lo largo y ancho del país; ahora que el macabro caso cobra una víctima más con la misteriosa muerte del vigilante de edificio Equus 66 donde fue perpetrado el horrendo crimen; ahora que empezamos a despejarnos de la pesadilla, surgen interrogantes igual de pavorosos:

¿Qué se le pasará por la cabeza al lobo feroz de Rafael Uribe Noguera, acostado boca arriba sobre el planchón de cemento de la celda provisional de La Picota?

¿Le alcanzarán 50 años de condena para purgar las resacas de aguardiente y cocaína, y solo él sabe de cuántas otras costosas anfetaminas de las que está infestado su cerebro de pitrecantropus erectus?

Íngrimo en las heladas noches de cautiverio, rodeado de las sombras de sus perturbadores fantasmas, y con la ansiedad agónica de esnifar y esnifar del polvo maldito, ¿acaso extrañará sus rumbas dionisiacas a puerta cerrada de yupicito, embadurnado de besos de prepagos intergalácticas al ritmo de la furia reguetonera de Reykon, Maluma y J.Balvin?

¿Hará eco en lo que le queda de encefálica el obsceno sonsonete de Las cuatro babys?

La policía protege al depravado, a punto de ser linchado. El repudio ante el execrable homicidio se hizo evidente en todos los sectores de la sociedad. Foto: El Espectador  
¿De qué hablarán ahora mismo las dulces y tornasoladas novias del prestigioso arquitecto de rostro apolíneo, luego de enterarse de que el hombre con el que se revolcaron en festines báquicos, era un satélite mimado de una red de proxenetismo y pornografía infantil, como lo ratifican las investigaciones de las autoridades luego de reparar en su celular y en sus redes sociales?

La fábula de la niña y el animal apenas comienza. El angelito descansa en paz, y aunque el vacío que dejó en su humilde familia indígena del Tambo, Cauca, es irreparable, ella perdurará en la memoria de los colombianos como una mártir, y su execrable crimen como el símbolo de la decadencia de una sociedad enferma, con preocupantes índices de trastornos mentales, en mayor porcentaje derivados por el alarmante consumo de alcohol y sustancias psicoactivas.

En mora está que el Congreso de la República, y sin dar tantas largas, como en episodios anteriores de similares características, caso Rosa Elvira Cely, apruebe por unanimidad la Ley Yuliana Samboní para condenar a cadena perpetua y castración química a los maltratadores y abusadores de niños, igual los feminicidios, y todo acto de crueldad como el que comprometió a la inocente niña de 7 años, que en su cuadra del barrio Bosque Calderón -a escasos cinco minutos donde residía el depredador- los vecinos veían corriendo a cumplir en la tienda con un encargo de sus padres, o simplemente dar rienda suelta a sus lúdicas de infancia con sus compañeritas del sector.

Instante en que la Policía da a conocer los motivos de la captura de Uribe Noguera, cuando este se encontraba recluido en la clínica por sobredosis de cocaína. Foto: Captura de pantalla   
¿Desde cuándo venía el lobo merodeando por esos lares? ¿A cuántas chiquillas les habrá echado el cuento de Caperucita para que subieran a su lujosa camioneta por $5.000?
No cabe duda que Uribe Noguera (38 años) es un loco de atar, y que sus acciones malvadas no son recientes sino que se remiten a su adolescencia.

Sus propios compañeros del Gimnasio Moderno y de la Universidad Javeriana aseguran que era el enfant terrible de las clases, que gozaba haciéndoles matoneo a los más retraídos y débiles; que disfrutaba provocándolos y humillándolos por sus deficiencias, y que era proclive a prácticas exhibicionistas como la de mostrarse en reuniones de amigos -incluso con los vecinos del edificio que habitaba- en ropa interior femenina y medias veladas.

Una dualidad entre la figura del Macho Alfa que se reproducía en los espejos de los salones del glamour y la vanidad que frecuentaba para satisfacer sus excesos, y no muy en el fondo, una mujer agazapada, que en el éxtasis de su lujuria, salía a flote, activada por los irrefrenables impulsos del alcaloide y las botellas de aguardiente que solía consumir sin reparos.

Francisco Uribe Noguera, hermano del acusado, investigado junto a su hermana Catalina por adulterar la escena del homicidio de la menor. Foto: lafm.com
Tenebroso: un caso extremo de la psiquiatría criminal apenas equiparable con la de los célebres guionistas de películas de terror, por citar uno, el desquiciado perfil que en El silencio de los inocentes le corresponde a Ted Levine en su magistral interpretación de Buffalo Bill.

O, ¡vaya espeluznante coincidencia!, una obsesión de Uriibe Noriega por las taras sexuales de Alan Strang (Peter Firth), protagonista de Equus (1977), la película de Sidney Lumet, con un Richard Burton en su rol del psiquiatra Martin Dysart, quien se sumerge en el fondo de los demonios de un mozuelo de 17 años, luego de conocerse del cegamiento de seis caballos en un establo, con un objeto metálico cortopunzante.

La obra, escrita en 1973 por Peter Shaffer, y en un principio llevada al teatro el año siguiente, narra los serios trastornos psicóticos del joven protagonista, hijo de un padre librepensador y de una madre de arraigada fe católica, quien padece una patológica fascinación sexual y de orden ritualista con los caballos, al sentir placer cuando les extirpa los ojos, y alcanza el clímax cuando los monta a pelo.

Nótese la coincidencia entre la caligrafía del poster de la película y la que aparece como identificación del edificio donde fue perpetrado el crimen de la niña. 
De hecho, la misma caligrafía que aparece en el poster de la película, fue utilizada por el arquitecto para bautizar el soberbio edificio que él diseñó en Chapinero Alto, y donde se fraguó (apartamento 603), propiedad del implicado, el escalofriante hecho criminal de la criatura: Equus 66.    

El arquitecto bogotano de “familia bien”, nacido en cuna de oro, exitoso en su trabajo, codiciado por féminas de todas las edades, habitante de un sector privilegiado de la capital, no sabía de sufrimientos ni de necesidades. Por su condición de burgués gentil hombre, como en el sainete de Moliere, que fue su fachada durante 38 años, revelaba la altanería del ostentoso, y seguramente de responder con un ¿Usted no sabe quién soy yo? a quien osare ponerlo en su lugar.

Lo más seguro es que ni Uribe Noguera ni su familia estuvieran ahora mismo en la picota pública, si hubiesen reparado a tiempo en las anomalías del adolescente, si lo hubieran sometido a tiempo a un tratamiento de rehabilitación para farmacodependientes, si  la alcahuetería y el encubrimiento a sus tendencias no hubieran pasado de agache.

Rafael Uribe Noguera, cuando era trasladado a su primera audiencia en los juzgados de Paloquemao. Foto: caracol.com
Un dato más que se abona a la investigación: el sindicado llegará a un acuerdo con la Fiscalía para que le rebajen condena, y solo se le culpe por feminicidio, castigo que representaría unos 40 años de cárcel. Esto para librar a sus hermanos de la supuesta manipulación de la escena del crimen.

Resulta que al parecer -el mismo sindicado lo revelará en audiencia-, Rafael Uribe Noriega acostumbraba ritualizar los encuentros sexuales con sus mujeres, untando su cuerpo de aceite. Una de ellas, que lo tildó de loco, confirmó el testimonio, y manifestó que a partir de ese extraño comportamiento había finiquitado la relación, primero por temor, y segundo porque le había echado a perder todas las prendas de su ropero.  

Quedaría entonces por esclarecer por qué los hermanos Francisco y Catalina Uribe Noguera no colaboraron con las autoridades desde que fue reportada la desaparición de la menor, en horas de la mañana, sabiendo ellos del otro apartamento que frecuentaba Rafael.

Solo lo hicieron a medias en las horas de la noche de aquel fatídico domingo, cuando trasportaban al homicida a la Clínica Vascular Navarra por una crítica depresión, producto de una sobredosis de cocaína (tres bolsas) y de licor (botella y media de aguardiente), lo que corrobora que desde que Rafael secuestró en la mañana  a Yuliana en su barrio, la llevó a su apartamento del edificio Equus 66, la toturó, la violó, la mordió y la estranguló (tal cual el parte de Medicina Legal), estaba en pleno estado de conciencia. La Fiscalía avanza en las pesquisas para verificar si existen otras personas involucradas en el repudiable homicidio.

Yuliana Andrea Samboní, simbolo del martirio que a diario sufren los niños en Colombia. #NiUnaMas
El viernes 9 de diciembre, en horas de la tarde, justo cuando en el Tambo, Cauca, en medio de un torrencial aguacero, familiares y allegados de la pequeña Yuliana Andrea Samboní le estaban dando cristiana sepultura, en el conjunto residencial Jardines de Castilla, localidad de Kennedy, suroccidente de Bogotá, funcionarios del CTI de la Fiscalía se aprestaban a realizar el levantamiento del cadáver de Fernando Merchán Murillo, el celador de 58 años que vigilaba la portería del edificio Equus 66, donde fue perpetrado el abominable crimen de la menor.

El celador, ficha clave de la investigación, quien ya había dado una entrevista a las autoridades en el proceso que se le sigue al arquitecto, fue encontrado por su hija en el baño de su apartamento, sobre una silla, con varias heridas de cuchillo en cuello, brazos y muñecas, y a su lado una breve carta escrita de su puño y letra con el siguiente testimonio:

“Hijitas perdónenme, a María y demás amigos y familiares, pero no quiero volver a la cárcel. No quiero dañarles la Navidad, soy inocente”.

El altar que en nombre de Yuliana fue dispuesto en el umbral del edificio Equus 66, Chapinero alto, donde fue perpetrado el abominable crimen. Foto: La Pluma & La Herida   
La inexplicable muerte de Merchán Murillo, que analizan los peritos de Medicina Legal para concluir si efectivamente se remite a un suicidio, o a un homicidio, pone de presente la cadena de enredos que apenas comienza, desde que se conoció la desaparición de Yuliana del barrio Bosque Calderón Tejada, también ubicado en los altos de Chapinero, por la Avenida Circunvalar, pasando por el macabro hallazgo de su cadáver en uno de los apartamentos de Uribe Noguera, el silencio prolongado de los hermanos del sindicado: Catalina y Francisco; y la repentina hospitalización por sobredosis de cocaína y alcohol del depravado.

Una serie de componendas, incertidumbres y contradicciones, pero también las pausas amañadas por parte de los medios de comunicación, que en un principio se resistieron a revelar el nombre de Rafael Uribe Noguera, dizque “para no entorpecer las investigaciones”, cuando las pruebas saltaban a la vista, y las redes sociales revelaban su identidad con reprimendas e insultos de grueso calibre.

El féretro de Yulianita, a la salida de la primera misa, que por su eterno descanso, fue oficiada en Bogotá. Foto: El Tiempo  
Las imágenes capturadas de los vídeos donde Uribe aparece con su camioneta merodeando por el barrio popular donde fue raptada la menor, las declaraciones de una mujer que señala al arquitecto de haberla abordado a mediados de este año en su automotor, desnudo al volante, para proponerle sexo, la consecuente denuncia de la afectada en el CAI del sector, un zapato de Yuliana hallado en la base de la silla que corresponde al copiloto, y el cuerpecito de la pequeña en el apartamento donde se cometió el homicidio, son pruebas más que contundentes.

¿Pero qué tanto sabía Fernando Merchán Murillo de Rafael Uribe Noguera y de sus oscuras andanzas, como para que de la noche a la mañana, y en las preliminares de la investigación, se hubieran silenciado con su muerte? ¿Compraron su silencio por una cuantiosa suma de dinero y lo presionaron a quitarse la vida?, o, ¿no aguantó la angustia de verse él también involucrado en esta tragedia mayor que ha causado repudio y dolor de propios y extraños? ¿Qué quiso decir Merchán cuando le dejó escrito a sus seres queridos que prefería la muerte antes de volver a la cárcel? ¿A qué antecedentes se está refiriendo?

La ciudadanía coincide en que se debe aplicar la cadena perpetua y la castración química a los violadores de niños. Foto: La Pluma & La Herida 
Preguntas que se irán dilucidando si la justicia no se deja intimidar por el prestigio y la solvencia económica de esta “familia de bien”, que seguramente hará lo indecible y no agotará en recursos, dinero contante y sonante, por supuesto, para desviar y enturbiar las investigaciones, traficar influencias, comprar testigos falsos y evadir pruebas, en aras de negociar cuanto antes la salida del pervertido de La Picota y su traslado a un bunker privado, antes que los reclusos enardecidos cumplan su palabra, como ya lo anunciaron, de comérselo vivo sin quitarle la ropa.

Con todo lo anterior, no es raro que el sonado caso de Yuliana Andrea Samboní, trascienda por mucho tiempo en los estrados judiciales con la entelequia, la parsimonia y el suspenso de novela con el que ha repercutido la extraña muerte del estudiante de la Universidad de los Andes Luis Andrés Colmenares, ocurrida el 31 de octubre de 2010, en inmediaciones del Parque El Virrey, al norte de la capital, después de una celebración de Halloween.

Protestas y clamores para que el crimen de Yuliana Andrea, por ningún motivo, vaya a quedar impune. Foto: semana.com
Seguramente Uribe Noguera, en estos tormentosos días de presidio, y con la cabeza hecha una catástrofe, habrá pensado varias veces en acabar con su deplorable existencia. No tendría otra alternativa, no sólo por la severa condena que le espera, sino por el inmenso sufrimiento causado a su familia, en especial a la mujer que lo trajo a este mundo, que dicen no ha podido salir del shock que la embarga, luego de conocer la espeluznante noticia de su adorado ‘Rafico’.

La facilita sería que al menor papayazo en patios de La Picota, donde solo le permiten tomar una hora de sol al día, un reo trajinado en labores de homicidio le aseste una puñalada turca, suficiente para borrar del mapa al degenerado, y sopesar la enorme carga que él y su familia llevan a cuestas.

Pero Uribe Noguera no merece esta opción letal. Uribe Noguera merece pagar los 60 años completos, día a día, mes a mes, minuto a minuto, con el taladro constante del remordimiento zumbándole al oído, día y noche, hasta que su conciencia envejezca con su cuerpo, y al final de los días, impotente y desvalido, convertido en una piltrafa, llore desconsolado y le pida perdón a Dios por todo el daño causado, mientras la luz del lucero de Yuliana Samboní se filtre por las rejas del calabozo y se riegue sobre la triste humanidad de un anciano que clama a gritos la muerte.

Sólo así, la Fábula de la niña y el animal será borrada en el postrer de los tiempos.
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