domingo, 7 de mayo de 2017

'Las bolas de Cavendish y la risa de Fernando Vallejo'

William Ospina, como ya es habitual, uno de los célebres protagonistas de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Foto: La Pluma & La Herida 
(El sábado 6 de mayo de 2017, en el auditorio José Asunción Silva de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, en su edición 30, se celebró uno de los eventos de mayor expectativa de la programación cultural de dicho certamen editorial: el lanzamiento de Las bolas de Cavendish (Alfaguara), el nuevo libro del prolífico y polémico escritor Fernando Vallejo, fundador de la nueva ciencia de la imposturología, quien exhorta en este manual sin pretensiones a aumentar el caos que postula la segunda ley de la termodinámica, la del desorden creciente que rige el mundo. Todavía no es el apocalipsis. Pero ya casi… Advierte Vallejo. La presentación de Las bolas de Cavendish corrió por cuenta del poeta, narrador, ensayista y columnista William Ospina, amigo de Vallejo de muchos años atrás, y atento crítico y seguidor de su obra. Las bolas de Cavendish y la risa de Fernando Vallejo se llama este texto que Ospina cedió a La Pluma & La Herida, y que hoy nos enorgullece reproducir en su totalidad).

William Ospina

Alguna vez leí que durante más de mil años en Occidente la mosca doméstica tuvo cuatro patas por la simple razón de que así lo había dicho Aristóteles. Habló el maestro y ya nadie volvió a mirar el mundo.

Cuando mil años después alguien halló una mosca de seis patas le pareció una anomalía, o tal vez una criatura irresponsable. ¡Cómo se atrevía a contrariar a Aristóteles!

Aquí viene Fernando Vallejo a decirnos que Newton y Galileo no siempre acertaron al describir el movimiento de los cuerpos o de la luz. Fernando: no regañes a Newton, que él se equivocaba pero lo hacía de buena fe, no como ciertos críticos de revista que no son capaces de leer tu libro sólo porque los obliga a pensar.

Cómo harán esos pobres con Newton, que es mucho más difícil de leer, y como tú demuestras, menos preciso. Se escandalizan de que un colombiano se crea con derecho a discutir a Galileo o a Newton. Como si no fuera el deber de todo lector leer críticamente cada texto.

Podríamos decir que Las bolas de Cavendish es una novela cuyo protagonista, Fernando Vallejo Rendón, “don Efe Ve Ere, orgullo de su país y el universo mundo”, como él mismo se llama, parece emprender la crítica de los grandes maestros de la ciencia, pero en realidad viene a ajustar cuentas con las imposturas de la academia.

El blanco de sus fechas son ciertos profesores prepotentes que repiten con rigidez lo que no han entendido, porque no estudian para entender sino para repetir, y para vivir del prestigio de la autoridad.

Pero Vallejo es el enemigo declarado de la autoridad, llámese Dios, el papa, el presidente, el maestro, el gendarme o el pistolero.

Vallejo grita: “Muchachos, lean con atención los contratos, pero no se dejen meter gato por liebre. En la letra chiquita está la trampa. Y así como Galileo desafió la autoridad de Aristóteles, desafíen ustedes la de Galileo, aprendan su lección”.

¿A quién se estará encomendando Vallejo en la antesala de la presentación de 'Las bolas de Cavendish'? Averígüelo Ospina. Foto: La Pluma & La Herida   
Otro viene a repetir que Vallejo se repite. Yo digo otra cosa. Vallejo insiste, como tiene que ser. Esta especie nuestra es terca en sus errores y el viejo tábano tiene que picarla sin fin para que despierte y se mueva.

Nadie se atreve a decir de cada libro de Shakespeare: “¡Otro libro sobre el poder, sobre el amor y sobre la muerte!”. Y no: Shakespeare ni siquiera hacía libros, ponía las palabras a moverse en un escenario, y siempre era distinto el movimiento.

¿Otro libro de Cervantes sobre don Quijote? ¿Otro libro de Kafka sobre la fatalidad? ¿Otro libro de Flaubert buscando la palabra invisible? ¿Un paso más de Dante hacia Dios? Pues sí: otro libro de Vallejo sobre el lenguaje.

Su tema secreto son las afinidades entre la ciencia y la literatura. Mostrando que ambas viven la misma agonía, la de convertir el mundo en palabras, la de atrapar la realidad en el lenguaje.

Claro que es imposible: la realidad es simultánea, el lenguaje es sucesivo; la realidad es vacío y fuga, el lenguaje es llenura y permanencia. No hay frase tan duradera como “a las palabras se las lleva el viento”.

El pobre Galileo y el pobre Newton son dos literatos patéticos que intentan atrapar la realidad en palabras, pero han renunciado de antemano a la imaginación, a la fantasía, a la emoción, a la metáfora. No me extraña que no lo logren.

La realidad es demasiadas cosas para que pueda caber en el incómodo recipiente de la razón. La fórmula intenta atraparla pero todo se queda por fuera. La ecuación intenta sus malabares, pero alrededor se desesperan los ángeles.

Fernando Vallejo comprende que es imposible entender: la luz escapa, lo sólido se vuelve vacío, la eternidad no se deja medir por nuestros setenta años, Dios es un agujero negro, unas fuerzas indescifrables mantienen la cohesión de este todo vacío. Pero aun así grita: “¡Yo lo que quiero es entender!”. Y el astuto profesor de física, al que él llama Vélez por darle un rostro cercano, pero que tiene tantos nombres famosos, le dice que la física no tiene por finalidad entender sino predecir y medir.

El astuto profesor finge ser un investigador y en realidad es un manipulador. Pero tiene razón el profesor: aunque yo no entienda una piedra, puedo quebrar un vidrio con ella. Por eso la ciencia, sin entenderlo, puede destruir el mundo.

Sólo el poeta Ospina tiene derecho a hablarle al oído al novelista Vallejo. Secretos entre lo divino y humano. Foto: La Pluma & La Herida
Lo otro que hay que decir es que Vallejo escribe para poner a prueba el poder del lenguaje. En un país donde se cometen todas las atrocidades, en un mundo donde la humanidad cierra los ojos ante los crímenes, las masacres, los robos de tierras, los bombardeos de ciudades, la miseria programada de millones de seres humanos, el sacrificio despiadado de millones de criaturas con sistema nervioso complejo, la riqueza colosal en manos del uno por ciento de la población y el desamparo de millones, en un mundo donde los más prósperos negocios son la guerra y la pornografía, la fabricación de pesticidas y la destrucción de ecosistemas, ya verán ustedes que termina pareciendo más grave que un hombre desafiante y libre sea provocador con las palabras.

Pero eso no es nuevo. Goethe preguntaba por qué será que lo que nos repugna en la vida nos fascina en el arte. Y ya San Agustín había dado la respuesta muchos siglos atrás: porque lo mejor que tiene la palabra perro es que no muerde.

Hay personas que dicen: no leo esta novela porque está llena de crímenes, pero la verdad es que sólo está llena de palabras. Si no nos gusta, cerramos la novela y buscamos otra. Hay personas que dicen: no soporto esa película porque está llena de violencia. Olvidamos que la película es un simulacro, que si nos produce la sensación de ser real es porque está muy bien hecha.

En cambio a veces pasa algo más extraño, que soportamos la realidad pero no soportamos su mención, o incluso que soportamos los noticieros llenos de verdades horribles y no soportamos los libros llenos de mera ficción.

Y a Vallejo lo podrían crucificar por usar las palabras para desafiar la sensibilidad. Fernando, nos juzgan más por lo que decimos que por lo que hacemos. La humanidad no cree que las palabras sean palabras, cree que son hechos. Por eso, y no por sus amores con sir Douglas, encadenaron a Óscar Wilde. Por eso aprisionaron al marqués de Sade. Por eso procesaron a Baudelaire, porque habló del amor entonces prohibido entre dos muchachas, y porque decía: “¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!”. Fernando, te lo digo, usar el lenguaje con libertad es peligroso en un mundo donde muchas veces son los corruptos los que dictan la ley.

Y tal vez el único consuelo ante esas incongruencias está en que demuestran el poder del lenguaje. Y el poder del lenguaje es el secreto de la supervivencia de la poesía.
El que quiere entender es otra cosa, es un poeta extraviado. Chesterton decía que el poeta es un pobre insensato que quiere poner su cabeza en el firmamento, pero el racionalista es un loco que quiere meter el firmamento en su cabeza.

Por eso yo me atrevo a decir algo que a Vallejo no le gustará: que Vallejo es un poeta, que se siente más feliz hablando de las categorías angélicas de Tomás de Aquino que de las bolas de Cavendish, pero igual se divierte enumerando las curvas compuestas:

“Al rodar por tu plano inclinado tu rueda va trazando un cicloide, un deltoide, un astroide, un hipocicloide, un epicicloide, un epitrocoide, una roulette, una limacon, una curva racional, una trascendental, una del grado 6, una del grado 7, escoge”. Bueno, eso es poesía.

Y es un poeta que dice odiar la poesía, lo cual es una manera apasionada de amarla. Escúchenlo: “La gravedad no la comprendemos ni la luz tampoco. De la materia por lo menos sabemos que en esencia es vacío”. Óiganle estas frases: “O qué. ¿Metían la catedral de Notre Dame en una campana de vidrio para hacer el vacío y poder tirar desde sus torres una piedra?”.

“El ímpetu, el momento, el trabajo y la energía son conceptos físicos. Lo que pasa es que por la falta de imaginación lingüística y cultura que caracteriza a los físicos, para designarlos estos han recurrido al idioma de la vida, al diario, al rotatorio, y se han dado a violentarlo. Nadie les dice nada. Les tienen pavor. Yo no. A mí que no me vengan a asustar con su garrapateo de ecuaciones”.

Y el lenguaje salva a Vallejo de ser un mero garrapateador de ecuaciones. “El niño Einstein se montó en un rayo de luz con un espejo a ver si la luz en que iba cabalgando le daba en la cara y a la vez le rebotaba su imagen”.

Muchachos: lean Las bolas de Cavendish, disfruten el esplendor del lenguaje tratando en vano de atrapar el mundo. Sientan el verdadero espíritu de esta época, y sientan la nobleza de Fernando Vallejo, que es capaz de reírse con gracia de Dios y del átomo, pero sabe callar conmovido ante el dolor de un perro.
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