lunes, 29 de mayo de 2017

Maestro Andrés Zapata, de grado y de... ¡Sumo agrado!

Andrés Zapata, de la Dinastía Zapata, abrazado a su maestra y tutora, la destacada pianista cubana Edelsa Santana, el día de su graduación. Foto: La Pluma & La Herida 
Ricardo Rondón Ch.

Este homenaje al joven maestro, comienza por el final:

Su tutora desde la infancia, la pianista cubana Edelsa Santana, con el rostro bañado en lágrimas, asida a un ramo de alstroemerias, crisantemos y claveles reventones,  en medio del clamoroso aplauso del público, subió las escaleras del proscenio para abrazar y felicitar a su hijo artístico en las postrimerías de su recital de grado en el confortable Teatro Bogotá, hoy adscrito a la Universidad Central.

Con el nudo aún sin desatar en la garganta, pronunció conmovida ante micrófonos unas breves palabras para su pupilo: años de esfuerzos, desvelos, permanente estudio, ensayo y vocación, y un amor inconmensurable por la música, en el caso de Andrés Zapata, otro fruto en su pulpa del frondoso árbol genealógico de los Zapata, de su abuelo, el recordado maestro del órgano Francisco ‘Pacho’ Zapata; de Jorge, su padre, a quien destacó como su héroe; de su tío Juan Francisco, y de otros virtuosos de esa dinastía que han venido cultivando la música con esmero, como esencia, legado y patrimonio cultural, de generación en generación.

El joven graduado en su prueba de fuego, interpretando a Rachaminoff. Foto: La Pluma & La Herida 

Andrés, de apenas 23 años, correspondió a los elogios y congratulaciones de su maestra. Con voz temblorosa y con las pausas que en estos lapsus emotivos obligan a retener el llanto, expresó su agradecimiento a Dios, a sus padres y hermanos, a su profesora Edelsa, y al Departamento de Estudios Musicales de la Universidad Central, por el respaldo recibido en todos estos fructíferos años de carrera.

En primera fila, Jorge Zapata, el padre, director, compositor, productor y arreglista de un sinnúmero de proyectos artísticos como Las Clásicas del Amor, y en la actualidad de la Gran Rondalla Colombiana y del recital poético-musical La Paz tiene la Palabra, rubricaba con sonrisa plena el orgullo y la satisfacción de ver consolidadas las ilusiones y metas del amado retoño, el día de su grado, con la máxima calificación, y con las felicitaciones a granel de parientes, amigos y profesores.

A cuatro manos, Jorge y Andrés Zapata, padre e hijo, ejecutando el pasillo 'Katherine'. Foto: La Pluma & La Herida
Es de conocimiento que en estos capítulos la exaltación paternal no se puede evitar, y más cuando se trata de un arte que a todas luces inspira veneración y respeto como la música, exigente, consagrada, ardua en su constante entrenamiento hasta alcanzar los umbrales de la perfección, que para los doctos en estas lides no pasa de ser una quimera, pero que Andrés, en la fecha más importante de su trasegar académico, la de su graduación, le imprimió el brillo magistral y el don de los genes ancestrales que corren vertiginosos por sus venas, hasta lograrlo.

Sólo en ese instante florecían uno a uno los recuerdos: Los de la sabiduría del abuelo Pacho que, siendo niño, esperaba que la iglesia de Támesis, Antioquia (su pueblo natal) se desocupara de feligreses para irrumpir en el monumental órgano tubular, enclavado en la nave principal, custodiado de ángeles y divinidades, y a hurtadillas, apenas con la complicidad de un sacristán alcahuete, lograr sacarle las primeras armonías.

Tiempo para el popurrí tropical con obras de Lucho Bermúdez, José Barros y Petronio Álvarez. Foto: La Pluma & La Herida

Ese niño que tocaba sin el consentimiento del señor cura párroco el teclado mayor, se convertiría con los años en uno de los grandes ejecutores del instrumento que en el período del barroco, un genio de la música universal llamado Juan Sebastián Bach, eligió para alabar a Dios y a sus potestades.

Sólo que ‘Pacho’ Zapata, ya maestro ante el teclado, lo consagró para honrar y enaltecer la Música de Colombia, en especial la de la costa norte, como lo atestiguan sus memorables trabajos de Al Rojo Vivo, su álbum insigne, de lo más depurado de las páginas inmortales de Lucho Bermúdez, Pacho Galán, José Barros, Adolfo Echavarría, y toda esa pléyade de iluminados que coronaron para la posteridad a la Cumbia como reina indiscutible del color, el sabor y la idiosincrasia.

En primera fila, visiblemente emocionados, el maestro Jorge Zapata y su señora esposa, maestra de ceremonias y vocalista Bibiana Patiño. Foto: La Pluma & La Herida 
Pasarían no más tres décadas de trajines artísticos para que el maestro ‘Pacho’ Zapata viera germinar su simiente en el genio, la calidad y la altura de sus hijos Jorge y Juan Francisco, el primero, como subrayamos en párrafos anteriores, gestor y promotor de sólidas empresas artísticas proyectadas a resaltar el pentagrama romántico, el bolero, la poesía, y desde luego, lo más excelso y significativo del folclore nacional, en especial el que corresponde al de la región andina; el segundo, pródigo desde la academia a la formación de nuevos talentos, con una metodología que debería ser tenida en cuenta en el pensum de colegios, escuelas musicales y facultades de arte.

Y ahora, la tercera generación de la Dinastía Zapata representada en un jovencísimo y dilecto músico y arreglista, con dos producciones discográficas en su haber, codirector junto a su padre de La Gran Rondalla Colombiana, docente adjunto de la Escuela de Piano del Instituto Municipal de Cultura de Cajicá, director de su propio ensamble de jazz, y hoy por hoy, en los albores de su juventud promisoria, uno de los grandes exponentes del piano, de un rico y variado repertorio, como lo fue  el atractivo programa que presentó  en el mediodía del viernes 26 de mayo de 2017, para que los jueces de turno le confirieran el aval de su maestría.

Katherine, inspiradora del pasillo que le compuso su padre, el maestro Jorge Zapata, acompañada de su abuelita. Foto: La Pluma & La Herida 
Cuando un joven virtuoso como Andrés Zapata se enfrenta sin partituras al piano con obras de suma complejidad y de connotada escuela ensayística como las sonatas de Robert Shumann; los intricados alfabetos del trepidante Serge Rachmaninoff; o la intimidante pureza y solemnidad de las suites de Joan Sebastián Bach, es porque ya se ha dado un gran salto a los territorios de la supremacía que exige el piano clásico, del que una gran mayoría, por rigor y exigencias extremas, e imprescindibles ensayos entre ocho y catorce horas diarias, abandonan, o quedan a mitad de camino.

Andrés superó esa dura -y para muchos- tortuosa prueba de la academia rusa y de la Alemania de entreguerras, y le entregó a sus jueces un trabajo impecable, digno de admiración y reconocimiento, tal cual las efusivas demostraciones de su maestra de cabecera Edelsa Santana, y de sus seres queridos.

Cuarteto de maestros. De izquierda a derecha: el poeta Fabio Polanco, Andrés Zapata, la pianista y profesora Edelsa Santana, y Jorge Zapata. Foto: La Pluma & La Herida
De las notas telúricas de Shumann y Rachmaninoff, que junto a la Suite inglesa de Bach incluyó en la primera parte del programa, el graduado pasó a un bello Estudio de Pasillo de Oriol Rangel, prosiguió con From Within, la afamada y aplaudida página para Latin Jazz, de Michel Camilo; y de esta a un popurrí de joyas tropicales como La Piragua (José Barros), Gaiteando (Lucho Bermúdez), Mi Buenaventura (Petronio Álvarez), con el respaldo de Andrés Felipe Martínez y Nelson Amarillo, en la batería; Ulises Rodríguez, en la percusión; Néstor Vanegas, en el bajo; Jorge Maldonado, en el clarinete; y Diego Martínez, en el tiple.

El remate no pudo ser más apropiado para una ceremonia de sumos kilates. Andrés, en los extramuros de la emoción, invitó a su padre a que lo acompañara en la ejecución del pasillo Katherine, inspiración del maestro Jorge Zapata, dedicado a su hija, presente en el auditorio.

El profesor Juan Francisco Zapata (tío de Andrés), rodeado de su señora esposa y de su retoño, futuro maestro de los teclados. Foto: La Pluma & La Herida 
Un final para el recuerdo, y ese inevitable ejercicio de la nostalgia que invita a futuro a repasar álbumes, fotografías, grabaciones, llantos, risas y aplausos de los que se fueron y de los que vendrán.

Andrés Zapata hubiese dado el oro del mundo por haber tenido ese día a su abuelo Pacho en primera fila: recibir de él su aplauso, su sonrisa complaciente, y una vez finiquitado el recital de su graduación, invitarlo al escenario para compartir con un estrecho y cálido abrazo de celebración.

Entrañables demostraciones de afecto y fraternidad al final de la ceremonia. Foto: La Pluma & La Herida
Pero bien sabe Andrés que desde las esferas remotas de la eternidad, el abuelo es candil y vigía de sus sueños y realizaciones, y eso lo percibimos quienes asistimos a su graduación: en aquel tablado con piano de cola en el ala mayor, flotaba el espíritu de Pacho, transmutado en el prístino don de su nieto, en el caro escalafón de sus interpretaciones, pero sobre todo, en la sencillez, la caballerosidad y la nobleza que el maestro del órgano siempre transmitió entre propios y extraños. Lo que se hereda no se hurta, reza el refrán. Y uno con los años va tomando conciencia de sus ángeles tutelares.

Enhorabuena por el joven maestro Andrés Zapata. Que su siembra constante y promisoria dé los frutos esperados. De eso estamos plenamente seguros, para orgullo y méritos de la fecunda y próspera Dinastía Zapata, y para honra y beneplácito de la música colombiana, que tanto lo necesita.
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