domingo, 10 de septiembre de 2017

Francisco, el papa que enamoró a Colombia

Una postal para la posteridad: el cariño y la admiración por el papa Francisco a cualquier lugar donde se hizo presente, como esta de su visita a Villavicencio. Foto: elcolombiano.com 
Ricardo Rondón Ch.

Comienzo esta crónica de su Santidad con los gemidos de Sur (letra de Homero Manzi, música de Aníbal Troilo) en el bandoneón de Rodolfo Mederos, ese anticipado santo porteño que seguramente un siglo después de su muerte beatificará la iglesia.

Esto, porque el fuelle de Mederos es la síntesis de la espiritualidad en el tango, como lo fue en su momento, y con este instrumento, Aníbal Pichuco Troilo, Osvaldo Pugliese y Astor Piazzolla.

En mi estudio, al respaldo, la imagen tutelar de Jorge Luis Borges, un enorme retrato en blanco y negro firmado por él, invaluable obsequio de Doris Amaya, por más de 30 años programadora cultural y directora de comunicaciones de la Casa de Poesía Silva, donde aparece el flamante narrador en el cenit de su pródiga vida, en actitud duermevela, de brazos cruzados sobre una camisa color malta abotonada hasta la manzana de Adán.

La legítima confraternidad: dos monjitas venezolanas de la comunidad 'Esclavas de Cristo' y un agente de la policía de Istmina, Chocó. Foto: La Pluma & La Herida 
Esto, ustedes lo saben, porque Borges es la luz de la sabiduría y la profundidad que a torrentes fluye en la oralidad y en el texto, en sus narraciones y poemas, como en su mentado, leído y analizado Aleph, relato paradigmático de la biblioteca borgiana que ha puesto a cavilar a varias generaciones sobre los intríngulis de la existencia y los andamiajes metafísicos de la eternidad.

En la alfombra, Teo, mi gato, chorreado en azabache, con sus pupilas encendidas de verde oliva, correteando su pelota de goma de esquina a esquina, con la emoción y la estrategia de un Messi en el área de candela del equipo contrario, cuando birla el balón por entre las piernas de dos, tres y más jugadores hasta apuntalar el gol, como si llevara la esférica adherida a los cordones de los guayos.

Y esto, porque la emoción de los amigos peludos, gatos o perros, se da silvestre y natural por el más inesperado motivo, como un juego de pelota, que al más escéptico, perdido o amargado logra sacar una sonrisa. Esas emociones que irradia la sencillez, lo espontáneo, lo que no se calcula ni se mide con el poder ni  la fortuna.

Cientos de personas en diferentes ciudades se agolparon al paso del papamóvil para darle la calurosa bienvenida al Sumo Pontífice. Foto: telesur.com 
Espiritualidad, profundidad en la palabra, emociones a granel, cúmulo de emociones, desde la alegría desbordada en el rostro de un niño, la sonrisa apaciguada de un abuelo, o la conmoción de una mujer arrodillada con sus mejillas bañadas de lágrimas y lluvia, los brazos abiertos en señal de júbilo, para expresar el sentimiento inabarcable de ver al pontífice más generoso, sabio y accesible que haya dado en su historia la Iglesia católica, Francisco, el papa que enamoró a un pueblo, Colombia.

Su cruzada apostólica por ciudades como Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena, con amplia y notoria repercusión en todo el país, fue una cátedra de humildad y sinceridad, de gozo y solemnidad, de paz y reconciliación, y de una sabiduría plena inspirada en los valores, el respeto, la justicia, la equidad, la solidaridad y la humanística, con frases y lecciones sencillas, aptas para todos sus feligreses, sin distingos de razas, estratos o edades.

A manteles en el picnic más histórico y fervoroso de la fe católica en Colombia. Foto: La Pluma & La Herida 
Que Francisco es un poeta mayor, eso quedó demostrado. En cada intervención dio muestras de brillo y sabiduría, más con espontaneidad que rigor, en tono pausado y una voz dulce de buen abuelo en consejas, tan próxima y familiar al corazón del hombre ante el silencio atónito de la muchedumbre, de miles de fieles que se agolparon para oírlo y recibir su bendición, como el abrumador gentío sin precedentes que registró la misa campal del Parque Metropolitano Simón Bolívar, según estadísticas de los organizadores: 1.360.000 almas, de 650.000 boletas que repartieron las parroquias bogotanas, previa inscripción.

El memorable y multitudinario encuentro de Francisco con su feligresía en la capital, se puede traducir, guardadas comparaciones y proporciones, como una suerte de Woodstock de la fe y la esperanza, de una hermandad entre lugareños y gentes de otra regiones y nacionalidades, las más propensas: Venezuela, Ecuador, México, Perú y Panamá, que desde tempranas horas de la mañana de aquel jueves 7 de septiembre de 2017 comenzaron a poblar el tapete verde del parque, en medio de la vocinglería de cientos de mercaderes que ofrecían al mejor postor recordatorios, escapularios, camisetas, banderines, artesanías, pañoletas, camándulas, afiches, retratos, llaveros, monedas, estampas y hasta comestibles con la imagen de Francisco impresa.

El sentido encuentro en la Nunciatura Apostólica con María Cecilia Mósquera, víctima del conflicto. Foto: ACI Prensa
Un Woodstock de la fe y la esperanza por la cantidad de artistas, agrupaciones y orquestas de diferentes géneros que desfilaron por la tarima anexa al altar del templete con su gigantesca cruz metálica (elaborada en un taller de ornamentación de Facatativá) como telón de fondo: Desde los pregones y alabaos del Pacífico con sus típicos bailes, pasando por las actuaciones de Fanny Lú y Héctor Tobo, Manuel Medrano, los Hermanos Tejada, Herencia de Timbiquí, la vocalista Goyo de ChoQuibTown, Nidia Góngora, el colectivo Músicos Católicos Unidos, Jorge Celedón, Orlando ‘El Cholo’ Valderrama, la Orquesta Filarmónica de Bogotá -en sus 50 años- con un coro de 110 integrantes, y una Maía que, alterno a su conmovedor testimonio de vida, interpretó los cánticos de la homilía al final de la tarde, luego de dos torrenciales aguaceros.

Un Woodstock de la fe y la esperanza, porque sin importar los rigores del sol tempranero y las inclemencias del agua en la vespertina, los fieles estuvieron incólumes en sus lugares, sin afanes, sin mediar cronómetros, con la sana convicción de que iban a lo que iban, a una cita única e irrepetible con el sucesor de San Pedro en la vertiginosa era del caos y la globalización, y en el momento decisivo de un país que se ha debatido por lustros entre la desilusión y la guerra, el llanto de viudas y huérfanos, el éxodo y la desprotección de miles de víctimas, y una polarización a ultranza en el marco de un discutido acuerdo de paz en ciernes, con la incertidumbre -como afirmó Francisco, el Hombre- de no llegar a buen término si no cesa la cizaña y no se toma en serio la reconciliación, “que muchos están relacionando con una palabra abstracta”.

Chubasquillos para el chaparrón, y al fondo los Hermanos Tejado interpretando 'El camino de la vida', del maestro Héctor Ochoa. Foto: La Pluma & La Herida
Al Woodstock de la espiritualidad llegaron de lugares remotos víctimas del conflicto, la mayoría en sillas de ruedas o sostenidos en muletas, rodeados de sus familiares, de sus racimos de hijos rescatados de las balas y de las depredadoras minas antipersonas; representantes de misiones carismáticas con la humildad y la misericordia que subraya los pasajes bíblicos, como un grupo de monjitas de la comunidad de las Esclavas de Cristo, algunas venezolanas, dispuestas a respaldar a ancianos, enfermos y discapacitados.

Hacía el medio día, cuando se desgranó el primer chaparrón, quien escribe estas líneas corrió a guarecerse en la carpa de Canal Capital donde en una señora paila puesta sobre un improvisado reverbero de alcohol despuntaban los primeros hervores de un arroz con pollo, y la encargada de la greca no paraba de repartir café a técnicos, auxiliares y camarógrafos.

-Le provoca un tintico al señor-, le oí decir a la samaritana.

-Dios y el papa la compensen, mi señora-, atiné a agradecer mientras paladeaba el saludable tónico que fue recobrando la vibra y la fibra de mis trajinados huesos.

En su arribo al aeropuerto 'Olaya Herrera' de Medellín, donde recibió el sombrero aguadeño y el típico carriel paisa de Jericó. Foto: elcolombiano.com 
Cuando despejé carpa ya había amainado el agua, y en el césped húmedo se desplegaban manteles multicolores para servir la merienda en familia, platos fríos, emparedados, apetitosas presas de pollo y gallina, suculentas porciones de papa y yuca, y refrescos de diferentes marcas.

Bajo un ciruelo próspero, sentado en una banquita de ordeño, un sacerdote robusto de casulla malva imponía con la señal de la cruz en la frente el agua bendita a una dama recién confesada, al tiempo que cruzaba una legión de dominicos entonando piedades marianas.

El espectáculo de la vejiga de hizo ver en las impresionantes filas para acceder a los baños portátiles, escasos para la cantidad de aspirantes, y más cuando el frío, bien se sabe, acelera las arremetidas de micción en estas premuras de campo abierto y con las advertencias implacables del nuevo Código de Policía, prueba de fuego para aquellos que superan los cuarenta almanaques y por testarudez del exacerbado machismo se resisten al examen táctil de esa almendrita in crescendo llamada próstata.

"Amadísimo hermano, tus pecados te son perdonados". Confesores a campo abierto. Foto: La Pluma & La Herida 
El anuncio de que el argentino más amado de la tierra había arribado al Parque Simón Bolívar me hizo desistir de la cola urinaria para escaparme al corredor vehicular atestado de curiosos, con la ilusión, frustrada al final, de tomarle una foto con mi cámara de paseo. Le había pedido el favor a un muchacho que me guardara el turno, pero en vista de la demora, y alertando que el joven estaba próximo a la puerta del portátil, corrí a recuperar mi puesto, so pena de hacer más aguas en mis empapados pantalones.

La misa, que reunió a obispos y presbíteros de otras latitudes, trascendió por la solemnidad y el rostro visiblemente cansado de un jerarca que, ese día, a partir de las 8:30 de la mañana, había cumplido a una ardua jornada en su primer itinerario: el encuentro con el presidente Santos en la Casa de Nariño, la ofrenda a la Virgen de Nuestra Señora de Chiquinquirá en la Catedral Primada de Colombia, el encuentro de juventudes en la Plaza de Bolívar, la reunión de cardenales en el Palacio Arzobispal, no sin antes atender la ceremonia de la entrega de llaves de la ciudad por parte del alcalde Peñalosa, una sola llave elaborada con la madera de unos de los portones de los antros que fueron demolidos a principios de año en el Bronx, y cuya labor artesanal estuvo a cargo de habitantes de la calle en proceso de rehabilitación del Idiprón.

La representación étnica del Putumayo en la misa campal del Parque 'Simón Bolívar'. Foto: La Pluma & La Herida
Dos horas largas duró la Eucaristía con un sermón papal inspirado en el evangelio de San Lucas que enfatiza la metáfora de los pescadores de hombres, mar adentro, a partir de la aventura de los discípulos que luego de una tediosa jornada y ya vencida la noche, echaron sus redes en vano, cuando Jesús, de pie junto por las aguas del Genesaret, les resuelve la situación hasta hacer reventar las mallas de peces.

“Naveguen mar adentro, no teman, arriesguen, no se acobarden, no se empequeñezcan ante las empresas imposibles, porque todo es posible con la fe y la misericordia del Señor”, fue el colofón de Francisco a su misa campal, ya pasadas las seis de la tarde, cuando las tinieblas empezaban a cubrir el Parque metropolitano y el intenso frío hacía tintinear las mandíbulas. La bendición de su Santidad fue retribuida con un cerrado y prolongado aplauso, y los vítores de ¡Gracias, Francisco, Dios te guarde!

Las impresionantes filas de acceso a los baños portátiles, que a más de un caballero hicieron pasar fatigas con sus vejigas. Foto: La Pluma & La Herida 
Al final se oyó en tarima el tema oficial de la cruzada apostólica Demos el primer paso, acompañado de una salva extraordinaria de fuegos artificiales. El parque era un solo templo, un gigantesco y clamoroso santuario donde reinó por horas la oración, la introspección, la mirada benévola hacia el otro sin averiguar su talla, linaje o procedencia, no obstante las insalvables sospechas de quien puede chalequearnos mientras unimos lazos de hermandad, tal y como le sucedió al padre Carlos Jiménez de la Vicaría de la Arquidiócesis de Bogotá, encargado de la coordinación artística y de eventos de la visita papal, quien en un descuido fue despojado de su android.

Ríos de gente poblaron avenidas y arterias adyacentes al parque. Los motorizados en busca de su automóvil o motocicleta en un remoto paraje o estacionamiento. Quienes avanzamos a paso firme de infantería, prestos a tomar un vehículo de transporte público, no obstante la impresionante congestión de tráfico, y los consecuentes trancones que se extendieron por más de dos horas.

El sello característico de su solemnidad y elocuencia, del brillo y la profundidad de su mensaje. Foto: La Pluma & La Herida
Pero de eso se trataba, de cumplir. Y cumplimos. De orar, y nos multiplicamos en rezos, peticiones íntimas y arrepentimientos. De unirnos de corazón a esta gran cruzada encabezada por el ser más carismático, querido y bondadoso del fin de los tiempos, Jorge Mario Bergoglio, el papa de las tres erres: reformador, revelador, revolucionario de una iglesia todavía ajustada a las cláusulas temerarias del medioevo, el mismo que enamoró a un país y rompió protocolos para saludar a los niños enfermos, recibir del indígena del Alto Sibundoy un collar de semillas, de la monjita paisa una camiseta del Nacional, del niño que hasta hacía unos meses dormía bajo los puentes una ruana, de un espontáneo un sombrero vueltiao, de María Cecilia Mosquera, la mujer que perdió a su familia cuando el ELN incendió su vivienda, una lección de reconciliación: “Dios perdona en mí”, entre múltiples demostraciones de cariño.

“’Dios perdona en mí…’”, pronunció Francisco a las puertas de la Nunciatura Apostólica, mientras el músico cubano Alfredo de la Fe le sacaba brillo a las cuerdas de su violín con un son de antología.
A $2.000 la foto con el papa de aglomerado en los alrededores del Parque 'Simón Bolívar'. Foto: La Pluma & La Herida
“Gracias por dejármela saber, insistió el alto prelado, porque somos pecadores y nos resistimos a perdonar. Pero es tan grande la misericordia del Altísimo, que Él se encarga de hacerlo por nosotros: ‘Dios perdona en mí’, qué bonita frase. Nunca la voy a olvidar”.
Como recordaremos en lo que nos resta de vida todas las frases y reflexiones de Francisco que aglutinaron su cruzada:

*El error es error. No hay que maquillarlo. Hay que reconocerlo.

*No se acostumbren al dolor y al abandono. No se dejen vencer. Sean protagonistas. Sonrían, sean alegres.

*Jóvenes, cuánto los necesita Colombia para ponerse en los zapatos de aquellas personas de generaciones anteriores que no lograron atinar, elegir, comprender y resolver.

*¿Por qué estar tristes?, si hasta una final del Atlético Nacional y el América de Cali es un buen motivo para el encuentro.

*Los invito a arriesgar, a no dejarse vencer, a no tener miedo. Sólo así podrán descubrir el país detrás de las montañas. Este hermoso país que es Colombia, la Colombia profunda.

*Ustedes tienen el potencial necesario para construir el país que todos anhelan. Salgan al encuentro de Jesús, al compromiso, más que al cumplimiento.

*No olviden que el demonio entra por el bolsillo.

*Jóvenes, no se dejen atar al odio y al rencor del pasado, porque ustedes son los que nos pueden contagiar la esperanza. 

*Basta una persona buena para que haya esperanza. Y cada uno de nosotros puede ser esa persona.
El 'papa' Jorge Alfredo Vargas no vaciló en integrarse con la feligresía. Foto: La Pluma & La Herida
Esta última exhortación, la más indicada y trascendental para dar ese primer paso que resumió su visita, y que pone en consideración que si no la ajustamos como mantra al crucial momento que atravesamos, todo lo hecho y logrado a la fecha, habrá sido en vano. Como lo manifestó la cantante Maía en su alocución: “Dejemos ya de tomarnos el veneno para que otros se mueran”, que no es otro que la pócima del odio y el rencor.

Que el Todopoderoso siga iluminando  a Francisco, contrario a las maledicencias y los insanos pronósticos de quienes se resisten a abrigar la espiritualidad, la fe, el milagro de la palabra, y la inmensa emoción de verlo y oírlo transmitir su mensaje de amor, paz y misericordia.

Al punto final retorno al bandonéon de Mederos, al Sur de Homero Manzi y Pichuco Troilo, al Aleph de este Borges que en mi estudio irradia sosiego, a Teo el minino que, hecho un ovillo, oficia su tercer sueño de la tarde, y a una merecida copa de tinto de Mendoza para brindar por esta irrepetible y maravillosa experiencia, la del legítimo aprendizaje que nos ha dejado como legado Francisco, el pescador de hombres de buena voluntad.

¡Aleluya!
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