jueves, 7 de septiembre de 2017

Francisco en Colombia: vida y obra

La vida ejemplar de un simpático joven argentino que llegó a ocupar la máxima jerarquía de la Iglesia Católica. Foto: Archivo particular
Ricardo Rondón Ch.

¿Sabía usted que los padres del Papa Francisco se conocieron en misa?

Sí, Mario José Francisco Bergoglio, el padre, contador de profesión, y Regina María Sivori, la madre, ama de casa, coincidieron por primera vez una mañana primaveral de 1934, durante un oratorio salesiano de San Antonio, en Buenos Aires.

Después de un año largo de romance, Mario José Francisco y Regina decidieron casarse, y el 17 de diciembre del año de gracia 1936, la madre dio a luz a quien hoy se consagra como el máximo representante de la Iglesia Católica.

A Jorge Mario Bergoglio Sivori, que es el nombre de pila del Papa Francisco, le sucedieron tres hermanos: Marta, Óscar, Alberto y María Elena. Todos ellos, criados en una casa del barrio Flores, sector de clase media, en la capital argentina.

En esos predios, el pequeño Jorge Mario, rodeado de capillas y parroquias, fue construyendo su fe católica, que alternaba con su pasión por el fútbol, inspirada en el Club Atlético San Lorenzo de Almagro, o el San Lorenzo, como se le conoce al equipo centenarista con sede en el popular barrio Boedo de Buenos Aires.

Desde muy temprana edad Jorge Mario dejó ver su devoción y fe por el catolicismo, abrigada en el seno del hogar, y transmitida por sus padres con la rigurosidad de la infaltable misa de los domingos, el agradecimiento a Dios antes de cada comida, y el culto por los valores y principios, el respeto, la humildad y el amor por el prójimo.

Recién culminados los estudios primarios y por insinuación de su padre, Jorge Mario se empleó como ayudante de oficios varios en una fábrica de calcetines de su barrio.

El niño Jorge Bergoglio, quien desde los primeros años, empezó a dejar huella por su carisma, su sencillez y su vocación como misionero de Cristo. Foto: Archivo particular
Dos años más tarde, mientras cursaba estudios secundarios con formación técnica e industrial, se ganó con méritos un cupo en un laboratorio como analista de procesos químicos, a la vez que el cariño de su jefe inmediata, Esther Balestrino, de quien aprendió no sólo los saberes y menesteres de la ciencia química, sino por quien se aproximó a las restringidas lecturas del Marxismo-Leninismo, una pasión política que por ese entonces trascendía en la clandestinidad.

Muchos años después, y ya con los ornamentos oficiales de Papa, Francisco respondería a los cuestionamientos comunistas que la prensa le planteaba, asegurando que él nunca estuvo afiliado o comprometido con la causa revolucionaria de su país.

No obstante, un compañero de colegio, Gustavo Fierro Sanz, hijo del rector donde Bergoglio estudiaba, manifestó en el libro Francisco, el Papa del pueblo (Planeta 2013), que en la década del 50, Jorge Mario fue señalado y sancionado por compartir en las aulas contenidos, insignias y propaganda del Partido Peronista.

Quienes compartieron con él en el barrio de Flores como la señora Graciela Álvarez, que hoy frisa los setenta y seis años, recuerda a Francisco de niño como un jovencito servicial, alegre, educado, algo tímido, a quien nunca se le oyó una mala palabra, cuya rutina era de la casa al colegio, del colegio a la iglesia, salvo algunas tardes de verano cuando los muchachos armaban juego de pelota en la calle -que en el vecindario estaba prohibido-, y que sólo se veía interrumpido por el estallido de una ventana.

Que se sepa entre rumores de barriada, sólo se le conoció una novia de nombre Amalia, aunque el jovencito Bergoglio, ya con diecisiete años, se empeñara en mantener su romance en la más absoluta reserva. Eso fue para el año de 1957, cuando él ya tenía fijado su proyecto sacerdotal, en una época en que el mayor orgullo de una familia de respeto y tradición se barajaba entre las posibilidades de tener un médico, un abogado, un ingeniero o un cura en la casa.

La familia Bergoglio en su residencia del barrio Flores, en Buenos Aires. Foto: Archivo particular 
Turbado por esa disyuntiva de enfilar en el sacerdocio pero a la vez con los pálpitos hormonales del enamoramiento, Jorge Mario no encontró otra alternativa que acudir al confesionario para que el sacerdote de turno le diera luces.

El consejo del clérigo no pudo ser más sabio y contundente:

-Haz lo que te dice el corazón, pero sin traicionar la razón. Pero hazlo bien, con honestidad y convicción, no obstante todos los sacrificios y obstáculos que tengas que superar.

Al año siguiente, Bergoglio se enteró de que su confesor había fallecido de cáncer,  y que en el último y dramático período de su vida estaba hospedado en la casa sacerdotal. En ese instante se recrudeció su vocación, pero se abstuvo de comunicárselo a su familia, sólo cuatro años después, cuando cumplió los veintiún años, y durante dicha celebración manifestó que había decidido ingresar al seminario.

La apertura de su carrera sacerdotal se vio atribulada por la detección de tres quistes en el pulmón, que le obligaron a una operación. A partir de esa intervención quirúrgica, su sistema respiratorio se ha visto afectado hasta la fecha.

En 1963 fue designado como instructor de un colegio Jesuita de la provincia de Santa Fe, a 500 kilómetros de Buenos Aires. Un preparatorio donde él dictó cátedra de literatura, arte y psicología.

Recién había cumplido la edad de Cristo, 33 años, cuando se ordenó como sacerdote y se vinculó a la Compañía de Jesús, inspirado en una iglesia obediente, disciplinada, y pujante al desarrollo, la cooperación, el amor a Dios y la ayuda al necesitado.

Jorge Bergoglio, acompañado de sus padres. Foto: Archivo particular
Con los Jesuítas, Bergoglio fue protagonista de una carrera admirable y de amplio reconocimiento por cumplir a cabalidad con los cánones y preceptos de la institución, resumidos en tres votos ineludibles: pobreza, castidad y obediencia; votos que en el trasegar de su papado, Francisco ha mantenido como estandartes, como un tributo a su alter ego, de quien tomó su gracia: San Francisco de Asís, el apóstol de los débiles, afligidos y necesitados.

En ese arduo y pedregoso camino de la vocación sacerdotal, y aunque a Jorge Mario nunca le pasó por la cabeza la idea de hacerse Papa, ni aun sentado en el solio de arzobispo de Buenos Aires, máxima decanatura de la fe católica en su país, a los 76 años, siempre mantuvo un bajo perfil, discreto y reservado, distante de rivalidades o aspiraciones clericales, y menos de entuertos o diferencias políticas.

Por el contrario, acciones de humildad como la de celebrar misas en alberges de ancianos de regiones remotas, en estaciones del ferrocarril, en tugurios e invasiones de desplazados, cartoneros, prostitutas y menesterosos, lavándoles los pies a enfermos de sida y a tuberculosos;  siempre solidario con históricas tragedias de su país como los familiares de las ciento noventa y cuatro víctimas, la mayoría jóvenes, que fue el saldo luctuoso del incendio de la discoteca Cromañón (2004); o de las cincuenta y un personas que perecieron en el choque de trenes de la estación Once (2012); sin descontar -por encima del acalorado proyecto del Senado sobre la despenalización del aborto- su peregrinación anual a la Virgen de Luján, la demostración de fe más trascendental para la feligresía argentina, donde arengó desde el púlpito la defensa de la vida de los que van a venir; amén de sus elocuentes homilías citando fragmentos de Martín Fierro:

“Que despreciable aquel que atesora sólo para su hoy, el que tiene un corazón chiquito de egoísmo y sólo piensa en manotear esa tajada que no se llevará cuando se muera. Porque nadie se lleva nada. Nunca vi un camión de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre”.

Bergoglio preparando una polenta, la típica sopa de los bonaerenses. Foto: Arhivo particular
No en vano su humildad y carisma, su apego y compromiso con los olvidados, su preocupación y rechazo por el daño que le hace a la humanidad el poder oprobioso representado en las ambiciones mezquinas, la codicia, el odio, la guerra, los despropósitos sociales y las abrumadoras desigualdades, y el desamor y la desatención por el entorno, por un planeta cada vez más atrofiado, imposible y contaminado, catapultaron al arzobispo Jorge Mario Bergoglio Sivori a ocupar el puesto al que había renunciado Joseph Aloisius Ratzinger (Benedicto XVI), el 11 de febrero de 2013, próximo a cumplir 86 años.

Un mes después, el 13 de marzo de 2013, la chimenea de bronce de la Capilla Sixtina, en Roma, anunciaba con humo blanco ante el mundo católico, la presencia de un nuevo Papa, con aproximadamente 200.000 fieles apostados en la emblemática Plaza de San Pedro: Francisco, el primer Papa americano.

“Señor, si quieres puedes sanarme”

Francisco y su oración de todos los días, inspirada en el evangelio de San Lucas. Foto: canonicos.com
Esta es la oración que el Papa Francisco reza todas las noches antes de irse a dormir, para convocar a Dios su misericordia y la purificación, tal como hizo con el leproso del Evangelio.

El Pontífice explica que la humildad y la piedad que inspiró el enfermo en Jesús, lo llevó a sanarlo con solo ponerle una mano en la cabeza. Pero le advirtió: “No se lo digas a nadie, pero ve y preséntate al sacerdote y entrega tu purificación como la ofrenda  que ordenó Moisés para que sirva de testimonio a los hombres de buena fe”.

La curación del leproso está registrada en el Evangelio de San Lucas, capítulo 5, versículo 12 al 16. Y dice en su textualidad:

Mientras Jesús estaba en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra. Al ver a Jesús, se postró ante él y le rogó: “Señor, si quieres, puedes purificarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”. Y al instante la lepra desapareció.

Él le ordenó que no se lo dijera a nadie, pero añadió: “Ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio”.

Su fama se extendía cada vez más y acudían grandes multitudes para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Pero él se retiraba a lugares desiertos para orar.

Lucas, en esta cita, va mucho más allá de la imploración y la curación del enfermo  Porque no se trata de un leproso del montón, que en la antigüedad era mirado con desprecio, como un maldecido, al que no le era permitido vivir en sociedad, sino que era aislado, señalado y rechazado.

La gran enseñanza es que Jesús, en su infinita misericordia, sana y limpia al leproso, y su milagrosa intervención sirve de reflexión para despertar la piedad en los hombres, e incentivar en ellos el amor y la solidaridad por el prójimo, sobre todo cuando este más lo necesita, y no excluirlo por  enfermedad, padecimiento o necesidad.

“Canta y camina”

Bienvenida de Estado en el aeropuerto de Catam, a su llegada a Bogotá. Foto: semana.com
Otra de las oraciones más frecuentes en la cotidianidad del Papa Francisco es la que se remite al sabio legado de San Agustín en su magnífica y aleccionadora reflexión, Canta y camina que, en estos tiempos tensos, mezquinos y dramáticos que vive la humanidad, debería tenerse en cuenta para apaciguar los ánimos y convocar las buenas energías en medio de la adversidad y las dificultades:

“Hermanos míos, cantemos ahora, no para deleite de nuestro reposo, sino para alivio de nuestro trabajo. Tal como suelen cantar los caminantes: canta, pero camina; consuélate en el trabajo cantando, pero no te entregues a la pereza; canta y camina a la vez.

¿Qué significa camina? Adelanta, pero en el bien. Porque hay algunos, como dice el apóstol, que adelantan de mal en peor. Tú, si adelantas, caminas; pero adelanta en el bien, en la verdadera fe, en las buenas costumbres; canta y camina.

“Porque el peregrinaje es un ‘símbolo de la vida’ que nos pone a pensar que la vida es un camino. Si una persona no camina y se detiene, no hace nada: Los invitó a pensar en el agua: cuando el agua no está en el río, no va hacia adelante, sino que se detiene, se corrompe.

Por eso un alma que no camina en la vida haciendo el bien, buscando a Dios y al Espíritu Santo, es un alma que termina en la mediocridad y en la miseria espiritual.

Así es como en el camino de la vida pueden suceder las caídas, los errores, pero, si eso sucede hay que levantarse inmediatamente y continuar caminando. Canta y camina, sugería San Agustín a sus fieles, caminar con alegría y caminar también cuando el corazón está triste, pero siempre caminar.

Quien camina puede equivocarse de calle, y si esto sucede: regresa. Regresa porque está la misericordia de Jesús. En el día y en la noche piensen en sus vidas y formúlense preguntas necesarias: ¿Qué debo hacer con mi vida? ¿Qué cosa ha pensado el Señor para mí? ¿Hay alegría en mi corazón para cantar mientras camino? Si no la hay, búscala. El Señor te la dará y te reconfortará con su misericordia”. 
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