sábado, 11 de noviembre de 2017

Bogotá en su Salsa

Bogotá, capital salsera por excelencia, celebra los 20 años de su festival Salsa al Parque. Foto: Idartes
Ricardo Rondón Ch.

Salsa al Parque llega a su edición número 20, como su número lo indica, una edad relativamente joven para un festival que ha marcado una tradición en este género, en una ciudad con un amplio y vigoroso público salsero, en ascenso como las agrupaciones salseras de talla internacional que se han multiplicado con la impronta D.C., de las más emblemáticas y reconocidas en el orbe, La 33, a órdenes de los hermanos Sergio y Santiago Mejia.

No sobra decir que pese a los cambios de administración, el certamen no ha podido mantener su regularidad, y si ha habido festivales para una gran mayoría, por su organización, programación y generosidad en actividades, imborrables en la memoria, otros han pasado sin pena ni gloria.

Pensé que para la celebración de estas primeras dos décadas de Salsa al Parque, el Instituto Distrital de las Artes (IDARTES) iba a sorprender a los salseros de ley, tanto capitalinos como de otras regiones, con un cartelazo digno de este acontecimiento, sin demeritar las orquestas invitadas, pero seguramente por estrechez de presupuesto en tiempos de economía de posconflicto, la organización decidió firmar con lo que estaba al alcance de la desgastada caja menor.

De ahí que ni modo de disfrutar esta vez de actividades alternas a las de la gran tarima. Salvo un conversatorio de medios de comunicación alrededor de la salsa, pasado por agua y con menos de la mitad del aforo, Salsa al Parque 2017 no cuenta con el anhelado encuentro de coleccionistas, de vital importancia para  aficionados y conocedores, que en Bogotá abundan por doquier.

Jacobo Vargas, coleccionista de salsa radicado en Bogotá, depositario de más de 100.000 acetatos en su bodega del Centro Comercial Nutabes. Foto: YouTube
Observo que en comparación con otros festivales como el de Rock y el de Hip hop -que son los que con más brotes de inseguridad y violencia trascurren, y en los que la organización bota la casa por la ventana-, el de Salsa ha sido relegado a un compromiso de agenda, pero no más, hecho a como regañadientes, "que le vamos a hacer", por el simple hecho de cumplir y "tranquilos que el año que no se programe no se va a notar y no va a pasar nada".

Como si Bogotá no tuviera una tradición salsera de mucho antes de que se oficializara Salsa al Parque. Como si careciera de cultores, coleccionistas o establecimientos especializados en salsa. Los hay a granel, en todos los estratos, de trayectoria y prestigio, verdaderos museos del acetato como Palladium, de Orlando Vargas, en el concurrido barrio Restrepo; Sandunguera, en Teusaquillo, o bodegas -sí, bodegas- repletas de vinilos (más de cien mil), como la del boyacense Jacobo Vargas, con lo más significatívo, exótico y codicioso de la música latina, en pleno centro de la capital.

Mario Jursich Durán y Alberto Salcedo Ramos, cultores de la música antillana y voceros, sábado a sábado de 'Del canto al cuento', de la Radio Nacional de Colombia. Foto: Señal Colombia 
Pero si Vargas tiene 100.000 acetatos de salsa y boleros, Elkin Giraldo, a escasas cuadras, ostenta una cifra de más de 50.000 larga duración del ritmo candela que a mediados de los 60, pero con más vigor en los 70 y 80 penetró a Colombia por Barranquilla y aterrizó en Cali para instalarse con su fuego eterno.

Sólo que Giraldo alterna la venta de discos con la de zapatos. ¿O viceversa? En finadas cuentas, con el cataclismo de mercadería impuesto por los chinos con su manufactura de zapatos en serie y con materiales de cargazón a precio de huevo, el coleccionista de marras, a la fecha, soporta su economía con el negocio de la música, ahora que el interés por el vinilo promete reverdecer de sus nostalgias.

De estos dos depositarios de salsa al por mayor se provee el ebanista bogotano Mauricio Osorio, que gracias a su habilidad con el diseño de la madera ha podido ubicar en su orgullosa discoteca, a diciembre de 2016, un millar de discos, algunos de una rareza única como el álbum Pachanga in percussion, del sello Fortísimo, publicado en 1961, con apenas un tiraje de 300 copias, que la aguja del tocadiscos lee al revés, de adentro hacia afuera.

Osorio adquirió esta reliquia con un coleccionista de New Jersey, a través de Internet, por $120.000, pero en su celosa y vigilada discoteca no tiene precio monetario, porque es la joya de la corona de su colección.

La 33, a órdenes de Sergio y Santiago Mejía, prurito y legado de la salsa urbana hecha en Bogotá. Foto: archivo particular
Y como si en Bogotá, mucho antes, pero mucho antes de que se madurara el proyecto de Salsa al Parque, no hubiesen germinado los bares de salsa más emblemáticos del país, desde La Teja Corrida, en las goteras de La Perseverancia, pasando por el Goce Pagano y Quiebracanto, este último que abrió sus puertas con precarios mobiliarios del Pasaje Rivas, y cuya razón social se ha multiplicado próspera en distintas regiones de Colombia, el más visitado, el del centro histórico de Cartagena.

Sin descontar que mucho antes, pero mucho antes, existieron discotecas y bailaderos de renombre como el antiguo Palladium de Chapinero, inspirado en el salón de baile más espectacular y concurrido de Nueva York en la década de los 70, como también lo fue el Cheetah, el nigth club neoyorkino donde hace justamente 45 años Fania All Star sentó precedente en la capital del mundo con sus arrasadoras descargas, para mi gusto, la que no ceso de repetir cuantas veces me pica la cosa latina: Macho del Cimarrón.

Pedro Salsa, toda una vida dedicada a la investigación y divulgación de la música latina, hoy director de Laud en su Salsa, emisora de la Universidad Distrital. Foto: La Pluma & La Herida   
Y qué decir de Mozambique, La Montaña del Oso, La Escalinata, Sol de Media Noche, o La Jirafa Roja, ¡vaya caballero!, vecina del Teatro Mogador (calle 22 con carrera 7°), también conocida como la Embajada de Cali por sus vespertinas bailables dominicales donde comparecía en masa la colonia caleña a marcar el paso del incontenible furor de la fiebre salsera de aquel entonces, que han narrado copiosos cronistas y escritores como Andrés Caicedo y su novela llevada al cine, Que viva la música.

La Jirafa Roja, segundo hogar del barranquillero Miguel Granados Arjona, el recordado Viejo Mike, en los tiempos en que acaparó sintonía, primero, con Rincón Costeño, su primer programa de música antillana cuando se instaló en Bogotá, y luego al frente de los micrófonos de Radio K, fundada por Hernando Herrera Lozano, la primera emisora de salsa que tuvo la capital.

Orlando Vargas, figura tutelar de la salsa en vinilo, coleccionista, propietario, director y programador de Palladium, en el barrio Restrepo de Bogotá. Foto: Revista Cromos
Y como si los mejores programas radiales de Salsa y Jazz -admirando y respetando los de Cali, Medellín y Barranquilla-.de alrededor de una veintena en el dial (sin contar los on line) no se hicieran, grabados, o en vivo y en directo en Bogotá, por nombrar tres de los más documentados, amenos e ilustrativos: Laud en su Salsa, de la emisora  de la Universidad Distrital, dirigido y conducido por el popularísimo Pedro Salsa; Conversaciones con la Salsa, de la Radio Nacional de Colombia, con el internacional Nando Albericci; o Del canto al cuento, también de la Radio Nacional de Colombia, a dos voces con Alberto Salcedo Ramos y Mario Jursich Durán. 
      
Y por muchas razones, la más poderosa, la de un público puntual, entendido, respetuoso, prolífico de generación en generación, curioso como pocos de la música latina, que merece un festival coherente con sus ambiciones y expectativas. Y que paga el tributo oficial más caro y exigente de la nación. ¡Cómo no corresponderle!

Nunca me he empeñado en ser un erudito de su majestad la salsa, ni pretendo serlo, pero llevó el chip de su vibración desde que tengo uso de razón, y trato de cogerle el paso en los borinques y en los bailaderos que por años he frecuentado, por esa lúdica convicción de que “si en el cielo no se baila, no me interesa ir al cielo”, como citaba jocoso en sus entrevistas el cineasta caleño Carlos Mayolo.

Por eso me alisto con ruana y paraguas para disfrutar de este par de días de Salsa al Parque 20 años, con la fe de que al ingreso no me van a poner problema ni por la cuatro puntas ni por el paraguas.

Sabrá de antemano la respetable autoridad, que el salsero, por cortés y caballero, marca la diferencia en la silla y la baldosa.

Prográmese con Salsa al Parque 2017: bit.ly/1j4mV2P

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