martes, 6 de marzo de 2018

Después de una pola con De la Calle, 'Una selfie con Timochenko'

Genial, divertida, provocadora, 'Una selfie con Timochenko' rompe con todos los formatos y géneros. Foto: Cortesía producción 
Ricardo Rondón Ch.

El argumento podría sonar simplista, de comedia criolla estilo Dago García en cualquiera de sus interminables paseos: un funcionario de casa presidencial hará lo indecible por levantarse a una flamante actriz y presentadora de televisión, con la incertidumbre de que a ella no le llamaría la atención seguirle la cuerda a un tipo en silla de ruedas, a menos que él le permita el acceso en sitio privilegiado al cubrimiento de la firma de la paz en Cartagena.

Pero el dilema es que Juan Pablo, perteneciendo a la nómina de Presidencia, no está invitado a la ceremonia. De modo que el hombre, que jamás ha agotado en recursos para lograr sus cometidos, amarra y refuerza la propuesta de su Dulcinea con un viaje a Ruanda para ahondar en el arduo proceso de reconciliación entre Hutus y Tutsis, ponerle en suerte un material de lujo para su informe, y de encime, en La Heroica, lagartearse una selfie con Timochenko. ¡Más convincente no podría quedar el galán!

Hasta ahí la propuesta descabellada podría tener los ingredientes de Dago, que en el caso del exitoso libretista, productor y director, le agregaría un safari en la jungla estilo Jumanji, y un cuerno de rinoceronte para extraer el mítico polvillo que los mercachifles del esoterismo y de la química de San Victorino promueven como lo máximo en potenciadores sexuales, y de esa manera quedar como un príncipe en el lecho amatorio.

Pero contrario a los paseos de Dago, que esculcan hasta el fondo en la idiosincrasia colombiana con sus eructos y excentricidades, y disparan la risotada y el burlesque de parodias de Sábados felices, el de Una selfie con Timochenko es una sátira maestra del acontecimiento trascendental que tiene al país polarizado y con la histeria a reventar: el proceso de paz.

La actriz Natalia Durán estuvo a punto de renunciar al rodaje tras el impacto que le produjo su visita al Museo del Genocidio en Ruanda. Foto: Cortesía producción 
La película tiene pulsiones de stand up comedy, de melodrama, de documental, de ficción, de comedia y animación: un revoltijo de géneros que en otras épocas era conocido como pastiche, y con el despertar del art pop y de su máximo representante, Andy Warhol, recibió el nombre de collage.

Para no enredarnos con malinterpretaciones estéticas ni vulnerar el respeto y la sensibilidad de los ortodoxos del arte, y de los de vanguardia -que son los más susceptibles-, dejémoslo en eso, en un collage.

Una selfie con Timochenko es un collage donde hay de todo y para todos, sin discriminaciones ni revanchismos, como en los tradicionales sancochos de paseos de olla, con derecho a repetir presa y caldo, y a tomarse de sobremesa una pola con De la Calle, que tampoco se le niega a nadie.

Juan Pablo Salazar, Natalia Durán,  Álvaro Perea y Susana Urrea (productora), sus creadores y protagonistas, con la participación de los actores Manuel Sarmiento y Paula Estrada, se sumergieron hasta el fondo en este experimento y solo Mefistófeles sabe a qué precio hipotecaron sus almas. Porque la aventura, para cada uno, incluido su equipo técnico, fue aguerrida, sufrida, y en medio del rodaje estuvo a punto de colapsar.

De seguro el título del collage le produzca sarpullido a más de uno. Pero lleva su jalapeño subliminal y es la gran metáfora de la cinta: ¿Quiénes estamos dispuestos a salir en la foto de una nueva Colombia? ¿Quiénes estamos preparados para ofrecer o aceptar el perdón? ¿Quiénes procuramos por una vuelta de página para la reconciliación? o ¿Quiénes se empecinan en seguir sembrando la mala hierba del odio y el rencor? ¿Quién quiere seguir retractándose a la sombra de la soberbia y la impunidad?

El partido de voleibol sentado entre Hutus y Tutsis, y combatientes del Ejército colombiano, y exgerrilleros, fue motor y encendido de la película. Foto: Cortesía producción 
En Una selfie con Timochenko, los anteriores cuestionamientos predicen lo que serán las jornadas electorales que se nos avecinan: ¿Qué es en definitiva lo que queremos para nuestro país?, ¿qué futuro le auguramos a nuestros hijos con todo lo que está pasando? ¿Estamos dispuestos a seguir matándonos?, o ¿o nos unimos de una vez por todas para concertar ¡No más muertes inocentes!, ¡No más falsos positivos!, ¡No más corrupción!, ¡No más engaño y mentira! ¡No más impunidad!?

Si el arte, como decía Nietzsche, está hecho para formular preguntas y despertar la duda, Una selfie con Timochenko cumple con el enunciado del filósofo nihilista de principio a fin, sin ser panfletaria y mucho menos sin rayar en la propaganda institucional, por el solo hecho de que Salazar sea funcionario de Presidencia, como han especulado en redes.

El premio Peace and Sport otorgado en diciembre de 2017 a Juan Pablo Salazar. Foto: Archivo particular
Siendo una película con evidente trasfondo político, Una selfie con Timochenko no hace escarceos con ninguna filiación política. Por el contrario, es un homenaje a las miles de víctimas de un conflicto de más de cincuenta años, con el retrovisor espeluznante del genocidio de Ruanda, que luego de dos décadas de proceso de reconciliación, hasta ahora empieza a arrojar los primeros resultados. Alguien afirmó que en Colombia iba a ser más largo el posconflicto que la misma guerra. Y seguramente acertará.

Una selfie con Timochenko se fue haciendo a imagen y semejanza de sus creadores. Juan Pablo Salazar, pilar de su ideario, con un cerebro de publicista estrella; Álvaro Perea, que tiene claro el tejemaneje y la experiencia del gran documental; Susana Urrea, productora master; y  Natalia Durán, además de sus atributos físicos que nos han perturbado por años, portento de actriz, quien vivió y sintió hasta las lágrimas esta aventura, como cuando estuvo a punto de desistir de su rol por el demoledor impacto que le produjo su visita al Museo del Genocidio en Ruanda.

El valioso aporte de los cuadros del maestro Ramiro Ramírez Plazas sobre la historia de la violencia en Colombia, material de contexto de la película. Foto: Cortesía del autor
Lo que aquí no cabe, en el caso de Juan Pablo Salazar, el hombre de la silla de ruedas, es la palabra discapacidad. No encuadra ese calificativo  después de echar a andar el proyecto con cualquier cantidad de inconvenientes, viajar con el equipo a Ruanda, involucrase en el rodaje y la realización,  y asumir la proeza de concertar un partido de voleibol sentado entre Hutus y Tutsis, y soldados del Ejército colombiano, y exguerrilleros.

La gran inspiración de Una selfie con Timochenko fue justamente ese encuentro deportivo, que recibió el premio Mejor evento de Paz y Deporte en la décima versión de los premios Peace and Sports, en diciembre de 2017.

Salazar, Perea, Urrea, Durán y su equipo se salieron con la suya. No objetaron imposibles ni se detuvieron en calcular recursos o probabilidades. El miedo, factor paralizante en cualquier actividad, fue derrotado con la convicción y el ímpetu de un luchador a ultranza como lo ha sido Juan Pablo.

Los caballos grafitados de Álvaro Gómez, representación de uno de los episodios más cruentos de la historia política, obra del maestro Ramiro Ramírez Plazas. Foto: Cortesía del autor  
Quienes otrora, los de África, y los excombatientes colombianos, ambos bandos que durante años en sus respectivas repúblicas fueron actores de un conflicto que dejó miles de víctimas, viudas, huérfanos, y un éxodo doloroso que por años ha nutrido a cronistas, documentalistas y directores de cine y televisión, sentaron cátedra de lo que significa el compromiso con el perdón y la reconciliación; la disposición para ofrecerlo y aceptarlo, y entre todos, propender por una pedagogía redentora del cambio, de la paz, el respeto por las diferencias, y la confraternidad, en aras de un horizonte despejado y promisorio para las generaciones venideras.

Luego de la odisea africana y del crucial partido de voleibol en Bogotá, la película se fue rodando sola como en una mutación orgánica hasta llegar a Cartagena con la ceremonia de la firma del armisticio, alterno a los planos surrealistas donde Juan Pablo aparece consolidando una a una sus quimeras, con una generosa dosis de humor criollo, como la instantánea de la escena en que él y Natalia se disponen a la ceremonia de Eros.

Para Juan Pablo Salazar, el humor ha sido su herramienta esencial en lo personal y en el trabajo:
Juan Pablo Salazar, alma y nervio de 'Una selfie con Timockenko'. El más capaz de los capaces. Foto: La Pluma & La Herida
“El humor es el acicate para involucrarnos en temas, duros, complejos y polémicos a la vez. Traducido al lenguaje de cocina, actúa como condimento y ablandador a la vez. Cumple con el efecto transgresor, que es en síntesis la propuesta de la película que, para muchos, puede parecer irrespetuosa, superficial, maniquea, empezando por el título, pero cuando se sientan a verla, la digieran, y se incomoden con ella, saldrán con una lectura propia, diferente a las especulaciones, que no vacilarán en compartir y discutir.

Al final, en el trabajo de posproducción, el collage de Una selfie con Timochenko se completó con unos cuadros del pintor y dibujante sanandresano Ramiro Ramírez Plazas, quien a través de su obra contextualizó parte de la historia violenta de Colombia a partir de una serie de fotografías propias y de otros autores.

Ramírez Plazas, autor de la primera novela gráfica que se publicó en el país, La peste de la memoria (Planeta), aportó diez pinturas por encargo en un tiempo récord de mes y medio, con la técnica de óleo sobre madera, y una línea coherente con capítulos cruentos del conflicto en diferentes épocas y espacios:

Memorias del Bogotazo registrados por las lentes de fotógrafos icónicos como Sady González y Manuel H. Rodríguez; la tarima en la plaza de Soacha donde fue acribillado Luis Carlos Galán; los caballos grafitiados que aparecen en el vehículo donde fue asesinado Álvaro Gómez; el coche fantasma del Club el Nogal; la camioneta donde se perpetró el crimen de Jaime Garzón, ubicada en un plató de televisión con reflectores; el siniestro maestro de ceremonias que ve reducido a llamas el Palacio de justicia; la mano negra del poder que sostiene como un juguetico el avión donde un niño-sicario acabó con tiros de metralleta la vida del candidato Carlos Pizarro, entre otras.

Alegoría de la camioneta donde fue acribillado Jaime Garzón, obra del maestro Ramiro Ramírez Plazas. Foto: Cortesía del autor 
Ramírez, amigo de años de Juan Pablo Salazar, trabajó desde la pedagogía artística con niños y adolescentes victimizados por la guerrilla y el paramilitarismo; infantes como los del Señor de las moscas o el horror de Apocalipsis now, en una violencia en cadena auspiciada por el discurso reiterativo de que aquí no pasa nada, de que cada año Colombia figura como el segundo país más feliz del mundo; y que un atentado o una masacre en cualquier lugar de la nación es borrada al siguiente día con un partido de la Selección, un escándalo político o farandulero, un reinado de belleza, o el último hit de Maluma o de J. Balvin.

“Es hora de levantar cabeza -dice el artista plástico-. En nuestras conciencias y en lo que decidamos en estas justas electorales, está el futuro de quienes vienen detrás de nosotros, ojalá el semillero de la anhelada transformación y restauración”.

“Las redes sociales son un polvorín, y no es de extrañar: ¿Qué clase de país les entregamos a nuestros muchachos? Ellos no son tontos, no comen entero, están hastiados de tanta manipulación y corrupción. Y da vergüenza. Esto no puede continuar así”.

El actor Manuel Sarmiento encarna el odio y polarización en la película. Foto: Cortesía producción
Una selfie con Timochenko es una invitación a desenmascararnos, a observarnos desde el fondo de nosotros mismos para asumir una mirada sincera a quienes tenemos al lado, a la derecha o a la izquierda, con un solo propósito: un borrón definitivo de un pasado cruel e indolente que no queremos volver a repetir.

La pedagogía impresa en este collage que transpira sátira y adrenalina, y que narra el acontecer de la vida nacional desde el conflicto, el dolor, el perdón, la reparación y la resiliencia, debería ser tema de debate en colegios, universidades, unidades de víctimas, centros comunitarios, instituciones gubernamentales, etc., con la misma cuota de inspiración que llevó al grupo de creativos y artistas a presentarnos este inteligente y entretenido documento, espejo de nuestras cuitas y padecimientos, con un aliciente reformista y esperanzador, y con la incógnita que sirve de colofón a la película.

¿Quiénes cabemos en la foto de la paz en Colombia?

Notas de producción
(Lizeth Acosta y Litza Alarcón)

Natalia Durán en 'Una selfie con Timochenko'

“Mi expectativa: lograr transmitir un mensaje de reconciliación y reflexión”

Una selfie con Natalia Durán, la actriz que vivió hasta las lágrimas la creación, el rodaje y los intríngulis de la cinta. Foto: Cortesía producción  
“Siento que esta película, aunque no pretende enseñarle a nadie como debe vivir su proceso, sí pretende hacer reflexionar, no sobre quién tiene la razón, o por quién votar.  Es recordar la profundidad de lo humano más allá de los roles que se desarrollan en una sociedad".

"Considerar la humanidad, con sus equivocaciones, sus glorias y sus defectos, pero sobre todo pensar en lo que nos hace iguales, para que de pronto en algún momento logremos la experimentación de una visión menos reactiva y violenta. Podemos querer cosas diferentes pero lo importante es aprender a ser rivales más no enemigos, y entender que esto un proceso”.

Natalia, usted ha sido una compañera de aventuras en varias de las expediciones que ha emprendido Juan Pablo ¿por qué decidió unirse también a esta?

“Sí que tenemos un largo historial de aventuras. Desde la adolescencia nos unen unas cuantas historias dignas de estar en una novela de Ray Bradbury. Desde las situaciones más divertidas hasta las más dolorosas nuestras historias han marcado mi vida, sin duda alguna”.

“Juan siempre ha sido un referente de mi admiración, desde pequeños su manera vehemente de ver la vida me dejaba a veces sin aliento. Siempre ha sido un creativo y un ser de cualidades empáticas y humanas excepcionales,  pero sobre todo sus recursos mentales y emocionales no sólo lograron atravesar los difíciles retos que llegaron a su vida, sino que los transformaron en tesoros para el mundo”.

Durán en su rol de reportera y presentadora. Foto: Cortesía producción
“Él es uno de los mayores alquimistas que conozco, sobrepasó cualquier limitación mental y física para transformarla en belleza, arte y un impacto social sanador para muchos. Logró romper paradigmas con su buen sentido del humor y su lenguaje fácil, incluyente y profundo. Ha sido parte fundamental de mi desarrollo y crecimiento con respecto al camino del servicio.

“Desde que nos conocimos, a los 15 años, le dije que sí a escaparnos en un avión sin saber a ciencia cierta qué iba a ser de nuestro destino  y ese pareció ser el principio del sentimiento que me imposibilita decirle que ‘No’ a sus magníficas locuras”.

“Ésta solo es una arriesgada pero pequeña aventura en nuestra historia, que nos seguirá construyendo en el camino de aprender sobre nosotros mismos y el mundo.  A pesar de nuestra experiencia como colombianos (y toda la violencia que hemos vivido) enfrentarse a temas tan fuertes como el genocidio traspasa cualquier barrera emocional por fuerte que esta sea: ¿Qué representó ese viaje a Ruanda? Empecemos por decir que no son ‘estas tribus’, no son la división de ‘dos razas’”.

“Opuestamente, Ruanda nos enseñó que el espíritu de la paz comienza con la transformación de los paradigmas que nos sitúan en lugares diferentes, privilegiados o en desventaja frente al otro y nos invita a entender de una manera profunda y sabia el significado de lo que llamamos humanidad, y la igualdad, que es en sí misma su propia naturaleza”. 

Con Juan Pablo Salazar, su amigo de la adolescencia, embarcada en una aventura sin límites. Foto: Cortesía producción
¿Cuál era su expectativa de la película cuando empezó el rodaje y cómo fue cambiando en el proceso al punto de llegar a pensar en no seguir?

“Mi expectativa era poder servir, tal vez lograr transmitir  un mensaje de reconciliación y reflexión que de alguna manera pudiera aportar algo a este gran reto colectivo que tenemos, llamado ‘paz’".

“Desde mi punto de vista, a veces romántico, siempre he sentido que usar cualquier herramienta artística, pedagógica, espiritual, religiosa o cualquiera que esta sea, para fomentar y promover la compasión y la empatía es el camino correcto”.
 
Juan Pablo y Álvaro coinciden en que esta película es su aporte a la paz... ¿qué es para usted?

“Lo mismo. La diversidad de visiones que tenemos con respecto a la paz, es lo primero que debería respetarse. Somos un ejemplo en sí mismo de lo que queremos comunicar, un grupo diverso con diferentes expectativas y pensamientos buscando que haya espacio para todos”. 

“Para mí la paz no es un discurso moralista, así no funciona. ¿Qué hacemos con el odio y el dolor entonces?, ¿nos lo tragamos? Creo que este proceso empieza con el reconocimiento de las emociones humanas, del dolor, de la rabia, la legitimación de todo lo que sentimos, no para quedarnos ahí, si no para entender que podemos transformarlo, que somos más que eso y a partir de entender la complejidad de nuestros sentimientos, poder experimentar más compasión hacia los demás”.

Conmovedor encuentro con la nueva semilla del largo y paciente proceso de reconciliación en Ruanda, después de un pasado cruento innombrable. Foto: Cortesía producción 
¿Cómo le explica a sus amigos que está interpretando a una actriz, modelo y presentadora  de TV, muy sexy, de nombre Natalia Durán en una cinta de ficción que tiene mucho de documental y hasta animación, mejor dicho una película degenerada?

“Esto es una burla a nosotros mismos, es servir de experimento para comunicar un mensaje más profundo. Es sentir el corazón que late con dolor por lo que pasa en Colombia y en la humanidad, y como se vuelve satírico el funcionamiento de  un sistema ante la desgracia y el dolor ajeno”. 

“A la gente le escandaliza, sin siquiera haberla visto, el hecho de que aparentemente estamos siendo políticamente incorrectos. Es un gran insulto y casi una broma grotesca el hecho de usar discapacidades, situaciones dolorosas o razas para hacer una sátira en una película”.

¿Juan Pablo si resultó ser todo un galán de cine? ¿Volvería a trabajar con ese director amante de la porno-miseria? 

“Juan Pablo no solo es un galán de cine, es un galán de la vida, de la creatividad, me siento halagada de trabajar con él y con Álvaro Perea. Son dos hombres supremamente inteligentes. Cuando trabajamos juntos siento que el aporte de cada uno genera una atmósfera mágica. Álvaro es un hombre brillante, con unas ideas disruptivas e irreverentes y no tiene miedo de ser consecuente con su valiente visión ante la vida”.

Con el símbolo de la paz en alto, que Natalia promueve al proceso que avanza en Colombia. Foto: Cortesía producción  
¿Se tomaría una selfie con Timochenko?

“Ya me la tomé, con él y con muchas figuras que representan el dolor para nuestra sociedad. Con la firme convicción y en función de practicar el perdón que tanto nos cuesta, no solo con Timochenko si no con muchas figuras al margen y no margen de la ley que representan abierta o escondidamente el dolor en nuestras vidas, pero sobre todo el espejo de toda esa violencia que no queremos volver a vivir, y el valioso aprendizaje de lo que no queremos ser. La grandeza es seguir  siendo uno mismo por encima de todas las tentaciones para no serlo”.

El codirector Álvaro Perea habla de este  experimento cinematográfico

“Podemos ser rivales sin ser enemigos”

El documentalista Álvaro Perea (izquierda), con Juan Pablo Salazar y un promotor de paz de la República de Ruanda. Foto: Cortesía producción 
Lejos de ser un pesado documento audiovisual sobre un proceso histórico, Una selfie con Timochenko es una cinta sarcástica con clasificación para todo público, que apela a diversos géneros cinematográficos como la comedia romántica, el documental, el videoclip y la animación, donde todos los participantes del proceso, y quienes están a favor y en contra, tienen voz.
  
Álvaro, teniendo en cuenta los últimos acontecimientos ocurridos a Rodrigo Londoño, alias Timochenko, en sus viajes de campaña ¿Podría calificarse esta película como oportunista? 

“No es oportunista, es pertinente. Durante las apariciones en público de este señor se han presentado brotes de violencia que no deberían suceder. Si bien es normal que existan desacuerdos ideológicos y resentimientos por las acciones pasadas de las Farc, en la democracia los canales para manifestarse nunca deben ser violentos porque, entre otras cosas, justifican réplicas de la misma naturaleza”. 

“En conclusión, si la violencia sigue siendo la regla entonces estaremos invitando a perpetuar la lógica de sangre en la que hemos vivido durante casi medio siglo, en lugar de cambiarla por la de los argumentos, como es la tesis de la película: Podemos ser rivales sin ser enemigos”.

La actriz Paola Estrada interpreta la cizaña y la guerra virulenta que se ve a diario en medios y redes sociales. Foto: Cortesía producción
Explíquenos esta mezcla de formatos y de géneros que tiene la película.

“La mezcla de formatos y de géneros que tiene la película, se enmarca en la combinación de escenas de realidad y ficción que se ha utilizado muchas veces en la historia del cine. Lo que sí hicimos, para poder retratar el contexto y la realidad política colombiana de los últimos años, pero al mismo tiempo proponer nuestra interpretación como autores, fue pegarnos a la realidad y utilizar las posibilidades de acceso que teníamos para insertar escenas creadas por nosotros en los lugares y momentos donde se estaba haciendo la historia. Creo que así pudimos hacer una película astuta, pero también económica”.

¿Cómo es eso?

“Pues para poner un ejemplo, logramos grabar en sucesos históricos para el país, como la firma del acuerdo en Cartagena, sin tener que dar una mirada institucional sino mostrando nuestro punto de vista in situ, como un evento casi farandulero, sin tener que conseguir dos mil extras o actores”.

¿Y cómo lo lograron?

“Nos metimos haciendo un poco de terrorismo cultural, es decir, nos colamos y logramos sacar escenas de ficción que de lo contrario serían imposibles de hacer y que además tienen un valor de registro documental”.

“Algo así como lo que se ve en películas como Forrest Gump al situar al protagonista al lado de los presidentes Kennedy o Johnson, pero la diferencia es que  en dicha película esto se hace en posproducción, mientras nosotros lo hicimos en la grabación, es decir, lo estábamos viviendo y en esa medida la ficción se volvió realidad”.

Perea en pleno rodaje en territorio de Ruanda. Foto: Cortesía producción
¿Y el viaje a Ruanda?

“El viaje a Ruanda es la parte más documental de la película. Viajamos con Juan Pablo y Natalia Durán a conocer más sobre ese proceso de reconciliación que ya lleva veinte años y que no ha sido nada fácil tampoco. El mensaje de nuestra película tiene que ver con eso: creemos que la paz no es una firma sino un proceso que requiere arrepentimiento, voluntad para perdonar y buen liderazgo”.

“Esto nos lo muestra Ruanda. Reconocemos que el camino es muy difícil, por eso no menospreciamos el dolor de la gente -aunque lo parezca en algún momento de la película, lo que puede ser muy odioso en ese sentido- y tampoco anulamos los argumentos de la gente que está en contra del proceso de paz, pero mostramos que si otras sociedades han podido transitar el camino de la reconciliación aun teniendo experiencia más terribles, nosotros también podemos”.

¿Qué fue lo que sucedió con Natalia Durán en ese viaje?

“Tuvimos la oportunidad de visitar el Museo del Genocidio, ubicado en Kigali, en el que se recuerda ese brutal evento en el que, en sólo cien días, murieron cerca de un millón de personas. Natalia salió muy afectada y dijo que no quería continuar en el proyecto pues no le parecía justo que apeláramos al humor negro para hablar de algo tan doloroso”.

“Creo que ese fue un llamado de atención importante y nos hizo replantear las cosas para ponernos en el lugar de los que vivieron el conflicto. Fue así como seguimos adelante con la película hasta transmitir la pregunta de: ¿quiénes cabemos en la foto de la paz en Colombia? Esa es la metáfora que hace la película”.

'Memorias del Bogotazo', foto de Sady Ramírez, transfigurada en óleo sobre madera por el artista Ramiro Ramírez Plazas. Foto: Cortesía del autor
Después de ver la película no se puede decir que pisa algunos callos ¡los pisa todos!, ¿Qué les ha dicho la gente?

“La han amado pero también la han odiado. Nos han felicitado y nos han troleado en redes sociales por el nombre. Genera mucho desconcierto, incomodidad, la gente no entiende qué es actuado o qué es verdad, se meten en el laberinto del formato de la película, se distraen con los chistes y al final se llevan unas reflexiones que no estaban esperando”.

“Entendemos que en Colombia hay muchos odios que no son gratuitos, que obedecen a causas concretas y reales, hay gente que tiene razones fuertes para tener enemigos, pero la invitación en cualquier proceso de paz es a que seamos superiores al odio para poder tener una sociedad viable”.

Finalmente usted también actúa, ¿A quién interpreta?

“A Álvaro Perea, el antagonista, un director de porno-miseria un tanto canalla, que es capaz de utilizar cualquier cosa para sensibilizar al público o a los jurados de los festivales internacionales de cine”.

“Es en guardadas proporciones una versión cinematográfica de la tesis de que el fin justifica los medios y también es una ironía sobre la manera como los realizadores colombianos utilizamos nuestras miserias para obtener éxito en el extranjero, porque en Europa y Estados Unidos les gusta vernos así”.

“Es que la película es una crítica a nosotros mismos en todo sentido, sobre todo a quienes viven la guerra por redes sociales, a quienes se indignan pero no votan, a los que comentan sin saber en realidad de que hablan, buscando que simplemente les den like”.
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